miércoles, 3 de noviembre de 2010

Pablo Neruda: desagravio

Por otro de esos (involuntarios) olvidos colectivos, llevamos ya más de 600 reseñas publicadas, y todavía no hemos incluido ninguna de las grandes obras de Pablo Neruda: sus 20 poemas, Residencia en la tierra, el Canto general, Los versos del capitán... ¿Cómo es posible que nos hayamos olvidado así del "poeta del amor y del pueblo", Premio Nobel de Literatura, y sin duda uno de los escritores más poderosos en lengua española de todos los tiempos? Por eso, esta entrada tiene intención de servir de desagravio a un escritor gigantesco, magistral, único, y que además, me consta, tiene un lugar muy especial en el corazoncito de algunas de las personas que escribimos este blog.

Ricardo Neftalí Reyes, alias Pablo Neruda, nacido en Chile en 1904, tuvo una vida complicada, comprometida y viajera, de la que dio buena cuenta en la autobiografía Confieso que he vivido. Con tan solo veinte años publicó la que sigue siendo su obra más conocida (pero no la mejor, diría yo): 20 poemas de amor y una canción desesperada, el poemario amoroso-adolescente definitivo. Tres años más tarde comenzó una larga trayectoria como diplomático, que le llevaría a Birmania, Sri Lanka, Singapur, Buenos Aires y Madrid; en este periodo renunció al modernismo de sus primeras obras, y ensayó un surrealismo existencialista con un estilo ya muy personal, en obras como Tentativa del hombre infinito (1926) o Residencia en la tierra (1935), personalmente, mi libro favorito de Neruda, y uno de mis libros de poesía de cabecera...

Su creciente compromiso político con el comunismo se acentuó durante la Guerra Civil española, se manifestó literariamente en el poemario España en el corazón (1937), y fue ya una constante en el resto de su trayectoria vital y poética. Durante este periodo compuso la que probablemente es su "obra magna", al menos en cuanto a extensión: el Canto general (1950), un extenso poemario dedicado a la historia y los pueblos de Sudamérica. Perseguido por el régimen de Videla, Neruda vivió en la clandestinidad en su Chile natal antes de pasar al exilio en Argentina y de allí a París. Fue una etapa sentimental, política y vitalmente convulsa para el poeta. En 1952 publica Los versos del capitán, y en 1959 Cien sonetos de amor, dos obras imprescindibles de la poesía amorosa universal.

Los últimos años los pasa en su residencia de Isla Negra, con su mujer Matilde Urrutia. Se acumulan los reconocimientos, el más importante, obviamente, el Premio Nobel de Literatura de 1971. Su muerte tuvo lugar tan solo una semana después del golpe de estado de Pinochet que derrocó al gobierno de Salvador Allende; su casa fue saqueada; su biblioteca, destruida, y su funeral se llevó a cabo entre fuertes medidas de seguridad. La figura y la obra de Neruda, en cambio, no ha perdido su popularidad ni su capacidad de atracción, a pesar de que estos sean malos tiempos para la poesía...

Más información:
-Fundación Pablo Neruda
-Página dedicada a Neruda en el Centro Virtual Cervantes
-Página de Neruda en la Biblioteca Virtual Cervantes.
-Neruda recitando (con voz soporífera) uno de sus propios poemas

Fotografía tomada de aquí

1 comentario:

Santi dijo...

Por seguir con el desagravio, copio aquí uno de mis poemas favoritos de Neruda, de Residencia en la Tierra

NO HAY OLVIDO
Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir "Sucede".
Debo de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día se junta con un día?
Por qué una negra noche se acumula en la boca? Por qué muertos?
Si me preguntáis de dónde vengo,
tengo que conversar con
cosas rotas, con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.
No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino caras con lágrimas, dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.
He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.
Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no sé qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones
que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.