lunes, 3 de diciembre de 2012

Semana de literatura mexicana: Carlos Fuentes: Todas las familias felices

Idioma original: español

Año de publicación: 2006

Valoración: Recomendable


Cuando a cualquier faceta humana se le añaden fuertes lazos – familiares, amorosos – el conjunto se convierte en una olla a presión, siempre al límite.

Todas las familias felices – título extraído de la primera frase de Ana Karenina, que sirve, a su vez, de epígrafe al texto – es una obra tan luminosa como oscura; cargada de pasión, de miseria, de deseos inconfesables y casi siempre inconfesados, de pulsiones violentas, una obra paradójica, magníficamente construida, extraña y extrañamente viva. Un fresco de la sociedad mejicana de cualquier ideología y estamento, compuesto – generalmente con gran crudeza – por alguien que conoce bien su país y lo ama. Con sus luces y a pesar de sus sombras.

Dieciséis relatos – más dieciséis coros apuntalándolos (poemas o estampas) – con argumentos que encontrarán sintetizados en la contraportada del libro. Pero, como ocurre con toda obra memorable, lo determinante es la forma. Por medio de ella el autor se queda en carne viva y deja así también las vidas, los personajes y al lector mismo. Personajes, por otra parte, inolvidables, voces surgidas del centro de cada relato, trasladándolo como un grito, un gemido, una acusación, un reproche, un lamento. Vemos así al padre déspota, que obliga a sus hijos a tomar los hábitos para estimular su rebeldía y asegurarse de que anhelarán administrar la hacienda. O a la madre de la joven asesinada, que siente el impulso de explicar al criminal cómo era esa hija que no vive ya por su culpa. O al marido ninguneado, que revive con la pariente poco agraciada la pasión perdida. O al hermano del revolucionario, que antepone a la vida de este su propia reputación. O al actor maduro, que encuentra en la paternidad tardía las satisfacciones que la escena empieza a negarle.

Los coros no aluden a lo narrado pero, sintonizando con el espíritu que preside el libro, asoman por la esquina del concepto y lo completan.

Hay de todo: política, sexo, rutina, convencionalismos, organización jerárquica, rebeldía, abismos sociales, supervivencia, marginalidad, arrogancia, muerte. A cada paso, el impacto, la sorpresa, el bofetón en la cara nos expulsan de nuestra rutina particular. Se nos concede el privilegio de presenciar el desmoronamiento de casi todo. Pasamos de las convenciones sociales a los enamoramientos incómodos, de las habladurías a la represión, del inmovilismo al ansia de ascenso social, de la emoción que suscita un paisaje al odio visceral, de la rutina conyugal al parpadeo del primer encuentro. Todo ello sazonado con grandes dosis de violencia, ideología y rencor.

Fuentes no pretende ocultar su postura. Evita adoptar actitudes claramente moralistas pero la deja traslucir con toda intención. Aunque es difícil, en un terreno como el que pisa, no acercarse a veces al límite de la lección moral, suele apartarse a tiempo. No llega a adoctrinar pero remueve. Inquieta. Desazona.


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