jueves, 31 de diciembre de 2015

Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet: Torpedo 1936 (integral)

Idioma: español
Año de publicación: 2014
Valoración: imprescindible

Con permiso de los medios de comunicación, de la crítica especializada y, sobre todo, de Francesc Bon: ni las novelas de Houellebecq, ni Franzen, ni del rey que rabió... el acontecimiento editorial de este año  que acaba no ha sido otro que la edición integral -repito: INTEGRAL- de todas las historietas de Torpedo 1936, escritas por Enrique Sánchez Abulí y dibujadas magistralmente por el gran Jordi Bernet -las dos primeras, por Alex Toth-; un cómic ya mítico con uno de los personajes más negros, sucios y canallas que podemos encontrar en la historia del cómic mundial y no digamos ya del español: Luca Torelli, alias "Torpedo", siciliano que se gana la vida como asesino a sueldo en el Nueva York de los años 30. Un tipo al que no dudaría en calificarle como un hijo de la gran puta -con perdón- si no fuera porque nos queda claro en una de las historietas que quien era un auténtico cabrón era su padre... por no hablar del resto de su familia. Acompañado siempre, además, por su inseparable -aunque para nada fiel- Rascal, otro que tal...

Para que nadie se llame a engaño: quien se atreva con este volumen tendrá que vérselas con más de 700 páginas tamaño DIN a-4, tres kilos y medio en canal de papel y tinta repletos de sexo en crudo -no siempre recomendable ni consentido-, violencia extrema -nunca consentida-, engaños, traiciones, vilezas y jugarretas de todo tipo; un compendio, en suma, de todo lo negativo y ruin de que es capaz el ser humano. Conoceremos todo un repertorio de mafiosos, asesinos, timadores, fulanas y sinvergüenzas de variado pelaje... y nuestro protagonista  no les va a zaga, precisamente... Por resumir: leer este libro ha de suponer, con seguridad, la comisión de un pecado mortal; pregúntenle a un sacerdote y verán.

Todo ello, eso sí, narrado con insuperable maestría gráfica por el glorioso tenebrismo de Jordi Bernet, heredero de la mejor cómiquera y cinematográfica en blanco y negro. Y adereceda con un sentido del humor sarcástico y expeditivo, pero sumamente eficaz. Todo un clásico de la época anterior a que las historietas pasaran a ser "novelas gráficas"; en el caso de Torpedo 1936, además, creo que deberíamos hablar de pulp fiction, todo lo más... y ni falta que hace otra cosa. Un volumen éste que es, por otra parte, una joya que guardar para dejar a los nietos... aunque tal vez lo más recomendable sea esperar a que estén crecidos para enseñárselo. Muy creciditos, a ser posible...

Un momento, objetará quizás alguno de nuestros avispados seguidores, ¿cómo es eso de que este libro es el acontecimiento editorial del año si resulta que fue editado en el 2014?

Bien, ¿y qué? Yo me lo he agenciado en el 2015. Además, el año que viene también lo voy a poner como acontecimiento editorial más destacado, así que... ; )



miércoles, 30 de diciembre de 2015

Anónimo: Las mil y una noches

Idioma original: árabe
Título original: ألف ليلة وليلة (Abil leylah wa-leylah)
Traducción: Juan Vernet
Año de publicación (edición): 1.960
Valoración: Recomendable


Todo el mundo conoce –aunque sea de oídas- Las mil y una noches, uno de esos textos que trascienden fronteras geográficas o culturales, y se perpetúan siglos más allá de su época. En este sentido, pocos libros tendrán el curriculum de éste. Por lo visto, los famosos cuentos tienen su origen remoto en el sureste asiático, Asia central y la India, en épocas diversas y desconocidas. De ahí fueron viajando hacia el oeste, hasta fraguar en el mundo árabe, donde fueron compilados en la Edad Media, tras unos cuantos añadidos y adaptaciones. Occidente los descubrió y llegaron las traducciones y la popularidad, hasta el punto de que algunos de esos relatos terminaron, domesticados y edulcorados, en las salas de cine.

Si hablamos de la versión castellana, hay varias traducciones clásicas, entre las cuales está la de Juan Vernet, que es la que manejamos en este caso, a decir de los expertos, quizá la más correcta. Y, para que todo quede claro, decir también que es la nuestra una edición ligeramente amputada, de la que Vernet depuró las historias más procaces (no olvidemos que se remonta a 1.960). Pero por ahora nos basta.  

El hilo conductor del enorme repertorio es bien conocido: el rey Shariyar, escaldado por un desaire anterior, tomaba cada día una esposa nueva, a la que daba matarile la mañana siguiente–que también hay que ser inmaduro. Todo esto hasta que dio con la bella Sahrazad (Sherezade, u otros nombres similares), que tenía un plan para subsistir: cada noche empezaba a contarle una hermosa historia, y la dejaba en suspenso hasta la siguiente velada, ingenioso sistema que parece haber sido copiado por nuestras televisiones privadas cuando se acerca el final de la peli. Dentro de este esquema se van enlazando una narración tras otra, en eso que se llama relatos enmarcados.  

Algunos tienen carácter didáctico y otros muchos son un simple entretenimiento, construidos casi todos sobre argumentos más o menos similares. Su origen entronca con la literatura popular, y generan ecos que con frecuencia nos resultan familiares, emparentando a veces con parábolas de la Biblia, o evocando suras del Corán, siempre presente gracias al restyling musulmán que les da su sello característico. Pero tampoco están demasiado alejados de ciertos clásicos de los cuentos europeos, en los que seguramente dejaron su sello. Así que en todas partes percibimos el influjo de L1001N, que igualmente sedujo a tipos como Goytisolo o Borges. El clásico intemporal que decíamos al principio.

A lo largo del denso recorrido nos encontramos por doquier con genios, príncipes, animales y monstruos que hablan, palacios, viajes imposibles, conflictos entre hermanos, engaños, disfraces, amores loquísimos y odios cervales, algunas dosis de humor, bastantes borracheras (¡) y hasta algo de droga. Pero sobre todo muchas mujeres de belleza sin igual (contradictorio, eh?) y muchas, muchísimas joyas de todo tipo, tamaño y especie. Ciertas dosis de ingenio, la venganza, y la tradicional hospitalidad árabe aderezan las historias, casi siempre en términos tan hiperbólicos que a veces resultan disparatados.

Claro está que no son mil y un relatos, sino unos doscientos y pico, porque normalmente se prolongan durante unas cuantas noches. Pero en todo caso son muchos, por lo que encontramos un poco de todo y, claro está, no todos nos gustarán igual. Encontramos así cuentos de verdad curiosos y sutiles, imaginativos o de fino humor, pero también algunos tochos de difícil digestión. No descubro nada si digo que la lectura resulta a veces algo reiterativa y tediosa, y el tono exageradamente naïf puede llegar a cansar. Pero bueno, y sin que sirva de comparación, también en el Quijote encontramos partes aburridas y prescindibles, y no por eso pierde su valor (ejem, no sé si se pueden decir estas cosas en un respetable blog de libros sin que pase nada).

Así que podemos decir que el texto, como era de esperar, se ve lastrado por su propia envergadura, pero merece la pena conocerlo: estamos ante uno de esos libros eternos que forman parte de nuestra civilización, y no deberíamos conformarnos con la versión Disney.

Y me permito dejarles a Uds. unas pildorillas, que igual sirven de anzuelo para el lector reticente. Vean:
  • El famoso Aladino era musulmán, claro está (como todos los personajes del libro), pero no árabe, sino chino (eso sí que es globalización)
  • Varios de los siete viajes del ciclo de Sindbad –uno de los más conocidos-, con sus extraordinarias peripecias, incluyen escenas de tonos sorprendentemente góticos y hasta punkies (a mi me recordaban a algunos ambientes de Javier Calvo)
  • En el caso improbable de que alguien no conozca el astuto modus operandi de los crímenes de El nombre de la rosa, L1001N tiene la solución: El príncipe y la rusalca (noche 5)
  • Los mejores cuentos ocupan más o menos el último cuarto del libro. Entre ellos, uno de mis favoritos es Historia de Abd Allah, un cuento de corte clásico y moralista en que todos los personajes principales se llaman igual (noche 900 y algo) –lástima que luego no se saque partido de la ocurrencia.
  • No creo que me haya saltado ninguna página, así que puedo asegurar que, por lo que yo recuerdo, en todo el libro no aparece ni una sola alfombra voladora.
Vale, he metido bastante chapa, pero creo que la ocasión lo merecía. 

martes, 29 de diciembre de 2015

Qiu Xiaolong: Seda roja

Idioma original: inglés
Tïtulo original: Red Mandarin Dress
Año de publicación: 2007
Valoración: está bien

A la larga lista de detectives literarios que han pasado por ULAD (Poirot, Sherlock Holmes, el Padre Brown, Montalbano, Wallander, Jaritos, Mario Conde...) se une ahora un colega el comisario (y poeta ocasional) Chen Cao, que resuelve sus casos en el Shanghai de los años 90, en el que todavía impera un sistema de gobierno comunista, pero con una progresiva adaptación a modelos capitalistas de propiedad e intercambio. (Gato blanco, gato negro, esas cosas).

En este caso, el comisario Chen Cao (que ha pedido una excedencia para estudiar literatura china) debe volver al trabajo cuando un asesino en serie (el primero de la historia de Shanghai, aparentemente) mata a varias muchachas y abandona sus cadáveres vestidos con un vestido mandarín o qipao de seda roja. La investigación le llevará a descubrir un secreto y una traición que se remontan a los tiempos de la Revolución Cultural y el horror de las delaciones, las torturas, las deportaciones.

Algo que conviene recordar es que Qiu Xiaolong, aunque es de origen chino, escribe en inglés y pensando en un público americano; esto se nota en la forma como explica determinadas palabras, conceptos y costumbres chinas, y muy en particular a la (peculiar) gastronomía china, que incluye gambas vivas, nidos de golondrina, lenguas de gorrión o sesos de mono (sí, como en la película de Indiana Jones). También es llamativo el modo en que adopta el modelo del whodunnit a un contexto asiático, a pesar de que los propios policías que participan en la investigación cuestionan la validez de los métodos policiales occidentales aplicados a una sociedad y una cultura diferentes.

Lo más original de la novela y del detective -porque ya se sabe que todos los detectives tienen que tener algún rasgo especial que sirva para diferenciarlos de todos los demás- es la afición del comisario Chen Cao por la literatura en general, y por la poesía en particular (una afición que comparte con el propio Qiu Xiaolong). Así, la trama policial se interrumpe en varios momentos para dar paso a las investigaciones literarias del policía sobre los relatos de amor romántico en la China antigua, y no son pocas las veces que el propio Chen Cao o algún otro personaje recitan algunos versos o un poema entero, lo que es tan interesante como inverosímil, creo yo.

Como lectura policiaca, Seda roja se sostiene muy bien, y se integra perfectamente en la línea de los actuales modelos policiacos, protagonizados por detectives honestos, extravagantes pero efectivos, y que utilizan el género negro para hablar de las transformaciones sociales en sociedades en crisis: una vez más es inevitable pensar en la Cuba de Mario Conde, otro detective poeta, pero también en la Sicilia de Montalbano o la Grecia de Jaritos. Y al igual que en estos casos, lo que le importa al comisario Chen Cao no es tanto que se imparta justicia, en el sentido legal del término, cuanto que se restaure el equilibrio perdido, en un sentido moral superior.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Rufus T. Firefly: El Gran Engaño

Idioma original: inglés
Título original : The Great Hoax. Trues and Lies in the Spanish Literature
Año de publicación: 2015
Valoración: sorprendente


Demoledor. Tremebundo. Apocalíptico. Fatal... Así ha sido calificado este libro que está haciendo temblar los cimientos de la literatura española. Más aún, de los clásicos dorados de la literatura española... Y eso, sin haber sido aún traducido al castellano ni, claro está, publicado en España (y dudo mucho que alguna vez lo sea). Aunque también hay quien considera las tesis defendidas en el libro de otras maneras: Inconcebibles. Increíbles. Fantasiosas. Timo... En cualquier caso, este libro del prestigioso (admito que mi total ignorancia a este respecto) hispanista y profesor de literatura española comparada, en la Trump University de Atlantic City (NJ), Rufus T. Firefly, no ha dejado indiferente a nadie, más allá, incluso, del especializado circuito de los hispanistas norteamericanos. No es para menos: las afirmaciones que defiende el profesor Firefly difícilmente pueden dejar indiferente a ningún estudioso o incluso mero aficionado la literatura.

Según la teoría defendida por el profesor, los bombardeos sobre Madrid durante la Guerra Civil arrasaron en buena medida tanto la Biblioteca Nacional, destruyendo fondos de incalculable valor, como el Archivo Histórico Nacional, dándose además el caso de que gran parte de las obras de referencia al respecto fueron destruídas también durante los combates de la Ciudad Universitaria -recordemos los libros utilizados para levantar parapetos- y los tres años de sitio que sufrió la capital de España. Paradójicamente, el bando "nacional" vencedor de la contienda se encontró sin las fuentes de una historia literaria nacional que poder oponer a la de los países que en ese momento se le antojaban rivales, aunque fuera meramente en el ámbito cultural. Deseoso de poder presumir de sus glorias patrias, que además debían servir para cimentar la automitología del nuevo régimen, el gobierno franquista -el profesor Firefly sospecha que la sugerencia fue de Sánchez Mazas, aunque parece que el mayor valedor de la idea fue el "cuñadísimo" Serrano Suñer, conocido por su sagacidad- puso en marcha una operación de "recuperación" de la tradición literaria española: la Operación Calíope, también conocida en ciertos círculos criptohumorísticos del régimen como "Chotacabras".

Bajo la dirección de uno de los más destacados hombres de letras del momento (de los que quedaban vivos y en España,  se entiende),  el Bardo de la Patria, el insigne José María Pemán, un selecto grupo de profesores y literatos fieles al nuevo régimen victorioso -Firefly habla de Laín Entralgo o de un joven y ambicioso Cela- se dedicaron a reconstruir, cuando no directamente a mixtificar, desde el romance seminal de la épica patriótica hispana, el del Mío Cid -cuyo protagonista es, al parecer, de dudosa existencia- a la inverosímil Celestina; de la absurda metafísica calderoniana a la cursilería de las Sonatas de Valle-Inclán (escritor que, como tantos otros estudiados y a veces leídos por generaciones posteriores, nunca existió... en este caso, las fotografías que lo muestran son retratos tomados a un pintoresco chamarilero del Rastro madrileño, célebre por sus barbas y por estar un poco tocado del ala). 

En otros casos, se respetó la existencia de autores reales -de los que se conservaba cierta documentación-, pero adaptando sus características a la conveniencia del gobierno o según la ideología dominante. Así, se eliminó de la obra de García Lorca toda referencia a sus veleidades falangistas y se le atribuyó malévolamente una condición homosexual que el poeta granadino estaba lejos de detentar, con el fin de justificar (según, ya digo, el punto de vista de aquel régimen fascista) su muerte en un confuso episodio de espionaje y doble juego. En cambio, se negó cualquier tipo de querencia hacia su mismo sexo en uno de los autores con más pluma -en todos los sentidos- del Siglo de Oro: don Francisco de Quevedo (cuyos conocidos versos: "No he de callar, por más que con el dedo..." serían, por ejemplo, referencia á clef a cierta riña con su furtivo amante Góngora sobre la conveniencia o no de salir del armario). Ni que decir tiene que se cambió de arriba a abajo todo el sentido del argumento de El Buscón y se obvió toda explicación sobre lo que iba buscando don Pablos,  en realidad...

¿Sorprendidos? ¿Asombrados, incluso? Pues Rufus T. Firefly va incluso más lejos. Según el profesor norteamericano, en la Operación Chotacabras participaron también prisioneros de guerra republicanos que, por su condición de intelectuales o profesores -incluso algún maestro de primaria- fueron apartados de los trabajos forzados para dedicarse a la elaboración de estas falsificaciones literarias: así, mientras unos esclavizados presos construían el Valle de los Caídos, otros, recluidos en su abadía, se dedicaban a esta invención sin precedentes en la Historia de toda una literatura nacional (de hecho, Firefly cuenta que su primera pista sobre la operación la obtuvo al caer en sus manos, de forma casual, el diario de uno de los abades del Valle. Y que en una de sus estancias allí para investigar lo ocurrido, trabó conocimiento nada menos que con el Ministro del Interior español, quien, aconsejado por la Virgen de las Angustias, le puso en contacto con un misterioso agente Marcelo, del CNI, que le sirvió de gran ayuda).

Estos prisioneros se ocuparon, además, de las falsificaciones e invenciones más llamativas y flagrantes, quiźa por su garantizada discrección, pues tendían a "desaparecer" una vez completada su misión; de los cruciales Episodios nacionales se ocuparon un historiador marxista y un ex-funcionario del Ministerio de Agricultura que escribía cartas para otros presos. El caso más llamativo, por supuesto, es el de El Quijote, obra, al parecer, de un profesor de Bachillerato de Tomelloso, Miguel Rinconete Cortado, que se limitó, en principio, a transcribir anécdotas de juerguistas y chascarrillos de un tío suyo de Campo de Criptana, apodado "el Cerbantana". Especialmente doloso es también el caso de la principal novela picaresca española, cuyo autor fue "desaparecido" antes de poder firmar el trabajo, por lo que se firmó como tal uno de los libros anónimos más famosos de la literatura universal...

¿Les resulta increíble toda esta historia? Motivos hay, desde luego... ¿Cómo pudo prosperar esta "estafa" sin despertar la alarma no ya de los estudiosos españoles -cómplices, exiliados o muertos- sino de los otros países europeos o amercanos? Bien, recordemos que en aquellos años 40 el mundo estaba pendiente de otros asuntos más acuciantes que la verosimilitud de la literatura española... En fin, el profesor Firefly promete aportar el grueso de sus pruebas -irrefutables, según él-, en próximas publicaciones. Veremos entonces hasta donde llega la verosimilitud de sus tesis, pero de momento, éstas ya han servido para remover hasta lo más profundo la historia de la literatura española, uno de los símbolos culturales y hasta políticos señeros de la España de los últimos 500 años.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Charles Willeford: Gallo de pelea

Idioma original: inglés
Título original: Cockfighter
Año de publicación: 1972
Traducción: Guido Sender
Valoración: muy recomendable

Gallística, gallero, reñidero, descrestar.
Son algunos de los conceptos con los que el lector de Gallo de pelea habrá de familiarizarse. Porque no es que la novela no lo proclame desde el principio, en su título. Gallo de pelea habla de eso, del detestable espectáculo, tildado de deporte, (...) consistente en entrenar a estos animales y hacer que se peleen entre ellos, armándolos con afilados espolones atados a sus patas. Peleas a muerte, ilegales en la mayoría de los países, peleas en las que se cruzan apuestas. 
A eso se dedica Frank Mansfield, narrador y protagonista de esta novela. Un curioso tipo que, a raíz de la pérdida de un combate (impactante primer capítulo) hace un voto de silencio. Decide no hablar hasta que consiga ser nombrado el mejor gallero por una especie de oscura pero rígida asociación del sector.
Será un mérito de la literatura el lograr que mundos tan ajenos como el de Gallo de pelea tengan interés. Pero lo que hay debajo, la carcasa desnuda de la historia, no es más que otro reto de superación, una especie de enfrentamiento de la persona sola ante un mundo que a veces  es muy hostil. La de Mansfield es una historia extraña, sórdida, para nada modélica pues se nos muestran muchos vicios y virtudes extrapolables al comportamiento individual: tesón y constancia, aunque sea a costa de los espeluznantes requisitos  propios de la profesión; sentido de la ética profesional, acatamiento de los códigos sociales propios del entorno corporativo; pero también escasa catadura moral en lo concerniente a la vida personal. Frank, 32 años, perpetuamente sin un centavo, siempre pendiente de a quién convence para que le acompañe o secunde en su plan maestro, sea una viuda de vida algo disoluta, sea un compadre del gremio dispuesto a un intercambio de favores, a un quid pro quo donde el prestigio de Mansfield y su experiencia van procurándole un apaño siempre temporal en su tortuoso discurrir vital.
Uno podría enzarzarse en peligrosas discusiones sobre lo despreciable que es el modus vivendi de Frank Mansfield. Seguro que los símiles no tardan en caer. Vivir a costa de la explotación y el sufrimiento de una especie animal. Willeford, que debía conocer en profundidad el mundo que describe en esta novela, escribe sin entrar en nada que pueda atisbarse como un juicio de valor. Obviamente no se nos pueden pasar por alto ciertos detalles sobre Frank. "Cede" a Dody, adolescente con la que se encama, a otro gallero, cuando pierde una apuesta que le obliga a renunciar al remolque que es su precario hogar. Engaña a Mary Elizabeth, prometida. Pone en la calle a su hermano cuando consigue que un juez decrete la impugnación de su herencia. Frank no parece tener muchos escrúpulos en lo personal, por lo que no vamos a exigírselos en el desempeño de su profesión. Aquí podríamos establecer analogías con la vida real. Se cumplen los acuerdos a los altos niveles, pero conforme bajamos, todo es sacrificable y todo es desechable, y desde luego los gallos de las diversas razas y procedencias no se libran de ese execrable proceder. En esos párrafos, la descripción de las peleas, el proceso de entrenamiento y hábitos que acaban generando un gallo apto para batirse en duelo, están los momentos difíciles de digerir para estómagos delicados. Aquí podemos evocar pasajes crudos de McCarthy o Kenneth Cook, incluso hallar posibles influencias posteriores hacia cierta narrativa fronteriza o hasta lisérgica. Precio que igual el lector escrupuloso no quiera pagar, pero que está largamente justificado. 

sábado, 26 de diciembre de 2015

Colaboración: Despertad al diplodocus. Una conspiración educativa para transformar la escuela… y todo lo demás, de José Antonio Marina

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: repugnante

La Administración selecciona los estudiantes de Magisterio. Decide qué, cómo, cuándo y por qué estudiarán (y por cuánto…). Los habilita, primero aprobándolos durante la carrera, después mediante Oposición. Una vez están trabajando, les ordena qué y cómo deben enseñar. Si hay suerte, les explica por qué. Pero el que elige los porqués siempre es la Administración. Etcétera. Lo fascinante de este mínimo listado de competencias de la Administración (que ocuparía más espacio si lo desglosáramos utilizando la jerga especializada del gremio), es que a pesar de que en la teoría y en la práctica la Administración lo controla todo o, al menos, es responsable de todo lo que pasa en Educación, cuando algo falla la culpa siempre es de los maestros.

Dado este contexto, los ensayos como Despertad al diplodocus vienen como anillo al dedo, porque dicen, aunque de forma sibilina, exactamente lo que la administración quiere oír: José Antonio Marina acaba de escribir 224 páginas de currículum oculto. Un pequeño mamotreto, un diplodocus de currículum oculto. Pero, por supuesto, los que tienen “ideología” siempre son los demás. ¿Que qué es currículum oculto? ¿Se acuerda de cuando los fabricantes de manuales escolares, sin siquiera reflexionar sobre ello, siempre ponían a papá trabajando o con su pipa y el periódico y a mamá de ama de casa? Eso es currículum oculto. Antes se hacía más a lo bestia. Pero ahora también se hace. Si uno está realmente interesado en el tema, puede conseguir El currículum oculto de Jurjo Torres.

En Despertad al diplodocus hay currículum oculto a paladas: “nuestros hijos y alumnos [deberán vivir] en ese mundo [VUCA, de sus siglas en inglés: volátil, incierto, complejo y ambiguo], que no es muy confortable pero que no ofrece alternativa”, nos advierte Marina casi ni bien empezar. En esta sola frase, como en el cambalache de Discépolo, ves reír ¿Quién se ha llevado mi queso? junto a un There is no alternative tatcheriano, la victoria de la cultura afirmativa y la razón instrumental junto al nuevo término novedoso de moda ahora mismo por el momento (Heidegger nos quitaría la tontería a sopapos antes de enviarnos a la cámara de gas), el de las “competencias”, que no cayó del cielo sino, como suele ser costumbre últimamente, del ámbito empresarial (antes nos caían en la cabeza los de la fábrica y, siempre, los de lo militar).


Si hay un fantasma que recorre el libro, es el fantasma de la ideología. ¡Cuidaos de la ideología! parece decirnos Marina con su dedito levantado. Y como somos zorros viejos y sabemos que los que no tienen ideología siempre son los más rancios y casposos, no nos costó nada darnos cuenta de que en el capítulo 6, “Cuarto motor del cambio: la empresa” Marina nos mete de lleno en el país feliz de la casa de gominola de la calle de la piruleta. Con las empresas (al igual que con la educación privada, por supuesto) son todas ventajas y ningún problema. Todo lo más, avergonzarse de que “los docentes hemos mirado muchas veces con desconfianza el mundo empresarial, pero eso forma parte de la cultura de la burbuja que hemos de desterrar”.

¿Para qué entrar en detalles? ¿De quién es la culpa de esa desconfianza? Nuestra, por supuesto, y si “queremos fortalecer nuestro prestigio social” debemos desechar la desconfianza. Antes o después de la pastillita de soma. Y el paternalismo que no falte: que qué bonito es que los empresarios “[demuestren] su interés por ellos [los empleados] mediante el interés por sus hijos”, que qué felicidad que “los padres de los niños […] veían que sus jefes se ocupaban de la educación de sus hijos, a pie de obra”.

Tampoco nos costó nada encontrar la única mención explícita a los sindicatos docentes de todo el libro, en la página 167 (bastante después de poner en alerta contra “los corporativismos” nada más comenzar), cuando Marina deja un poquito de lado la impostura y se pinta la cara para la guerra aprovechando para ello sus propios espumarajos: “se trata de pedir a los sindicatos que no pongan dificultades a esta colaboración [entre la escuela y la ciudad]”. Para Marina, pues, lo único que pueden hacer los sindicatos es no estorbar, pasar desapercibidos, reducirse a la inanidad. Si se nos ocurre señalar que destruir los sindicatos de un gremio implica desprofesionalizarlo, toda vez que los sindicatos son la más efectiva organización que los trabajadores han tenido jamás para proteger sus derechos, es que tenemos ideología, claro está.

“La formación de los profesores en España no se ha tomado nunca en serio en España, tal vez porque nunca se ha tomado en serio la profesión docente”, suelta Marina en la página 90, que viene siendo algo así como que en España jamás nadie se preocupó por la educación, una idea que revolotea todo el libro, aunque nunca explicitada. Y es por eso que Marina va a buscar el “secreto del éxito educativo” cuanto más lejos mejor. En Finlandia, Singapur, Estados Unidos, Corea del Sur. Es casi enternecedor que, recién sobre el final del libro, se permita un único vistazo positivo hacia las experiencias pedagógicas latinoamericanas, rescatando la labor contra la violencia en Medellín.

Marina cae en la demagogia del tertuliano, la que sirve pasto a la vociferación en los bares. Las babas ante lo que hacen en Finlandia sirve para anular la reflexión, es un eslogan y un mantra. Porque el sistema finlandés funciona en Finlandia, resuelve problemas de Finlandia, está pensado para Finlandia. España tiene sus problemas y su realidad, y éstos tienen (y lamentablemente todo parece indicar que tendrán cada vez más) que ver con los del Tercer Mundo que con los de Finlandia. Y es por eso que, a la hora de buscar inspiración, se tiene la opción de seguir los cantos de sirena de los gurúes que nos prometen que para arribar a la Tierra Prometida es cuestión de usar la fotocopiadora, o bien de mirar y aprender de quienes están haciendo frente, de la manera que pueden, a un contexto similar al español, aunque más a lo bestia.


Marina, cuando no concreta, parece encantado por la idea del consenso, de que “tenemos que elaborar una hoja de ruta y una metodología”, o que “en España no ha habido nunca un debate desde la educación y para la educación”. Parece que todo hay que hacerlo de buen rollito, que hablando se entiende la gente. Y sobre todo si su OBJETIVO 5 AÑOS (así en mayúsculas, como en un chat cutre), implica el trasvase de poder de los claustros al equipo directivo, gente supermegaguay con cargos en idioma inglés y elegidos por la Administración, y que deberían “investigar y proponer aquellas cosas que deberían aprender los profesores” (ahora se decide en claustro) o, para qué cortarnos, que “los que tienen que tomar las decisiones [sean] los directores, los jefes de equipo” (ahora se decide en claustro…).

Marina defiende, pues, un proyecto autoritario. En plan guay y con mucha cosa en inglés aquí y allá, pero bastante blanco y en botella: la escuela necesita líderes; es malo que esos líderes salgan del claustro (esto lo dice en el Libro blanco); esos líderes deben ser elegidos por la Administración; esos líderes deben elegir a los maestros y qué formación continua deben tener. Blanco y en botella. O Vlanco y en votella, si respetamos la “peculiar” ortografía de Marina en su Libro blanco. Blanco y en botella, pues, pero de consensuado nada. Si es que lo que realmente quiere despertar Marina no es un diplodocus, es un caballo de Troya.

Ahora a Marina, que como es tan educado le encanta insultar a los que no piensan como él, se le ha dado por quejarse de que las críticas a su Libro blanco se deben al “miedo”. Pues no, señor, somos gente grande, bastante formados algunos de nosotros, y no tenemos miedo. Pero tampoco nos chupamos el dedo, así que del asquito no le puedo decir nada…

Firmado: Fernando Daniel Bruno

viernes, 25 de diciembre de 2015

Zadie Smith: NW London

Idioma original: inglés
Tïtulo original: NW
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable

Desde que debutó en el año 2000 con Dientes blancos, Zadie Smith se ha convertido en una de las escritoras más aclamadas, laureadas y respetadas del panorama literario británico. Su trayectoria posterior, con obras como Sobre la belleza, El cazador de autógrafos o esta NW London han confirmado que se trata de una escritora sólida, con un estilo, una voz y unas preocupaciones propias, y no un one hit wonder como sí va camino de ser, por ejemplo, Junot Díaz.

En NW London (que en el original se titula simplemente NW, por cierto), la autora vuelve a plantear cuestiones de raza y clase, en un Londres multicultural y alejado de las postales turísticas o del glamour de la aristocracia. Los protagonistas de la novela provienen, como indica el título, del Noroeste de Londres, de un barrio pobre, degradado, mestizo y violento. Las dos protagonistas femeninas, Keisha (Natalie) Blake y Leah Caldwell, son amigas íntimas de infancia, pero luego siguen caminos diferentes: Keisha logra subir hasta convertirse en una prestigiosa abogada, mientras que Leah sigue viviendo cerca del barrio en el que nacieron; los dos hombres, Felix Cooper y Nathan Bogle, también representan actitudes opuestas ante la vida: la superación, en el caso de Felix; la autocompasión, en el caso de Nathan.

Esta construcción paralelística y simétrica de los personajes casi hace pensar en NW London como en una novela de tesis, con una pregunta muy semejante a la que se planteaban los naturalistas: ¿determinan la raza, el medio y el momento la vida de las personas, o existe la libertad individual y el libre albedrío? Por supuesto, la novela de Zadie Smith es mucho más compleja que esto, en primer lugar porque a las cuestiones de identidad social y racial se unen otras de identidad sexual e individual; y también porque la variedad de técnicas y de juegos narrativos que se despliegan en la novela van mucho más allá de cualquier idea de objetividad científica o narrativa.

Y sin embargo, a pesar de que es una novela con una estructura tan clara, quizás su mayor problema sea el desequilibrio entre los personajes femeninos, mucho más profundos y desarrollados, y los masculinos, que casi no pasan de ser arquetipos. (De hecho, Nathan es el único que no tiene una sección específicamente dedicada a conocer sus motivaciones). Quizás si no hubiera incluido esa sección central dedicada a Felix se le podría también acusar de lo contrario, de haber planteado una novela en torno a una dicotomía simplista: mujer triunfadora vs. mujer derrotada. Aunque, como digo, incluso si nos ciñiésemos solo a los capítulos dedicados a Natalie y Leah, NW London es mucho más que eso.


También de Zadie Smith en ULAD: Dientes blancosSobre la belleza, Tiempos de swing

jueves, 24 de diciembre de 2015

Robert Louis Stevenson: El Club de los Suicidas

Idioma original: inglés
Título original: The Suicide Club
Año de publicación: 1877-80 (por entregas) /1882 (en libro)
Valoración: está bien

El Club de los Suicidas: estupendo y sorprendente título para una novela que, en realidad, no es tal, sino la reunión de tres episodios diferentes, aunque relacionados entre sí: Historia del joven de los pasteles de crema, Historia del médico y el baúl de Saratoga y La aventura de los coches de punto, que forman parte de una serie aún más amplia, publicada por entregas en revistas entre 1877 y 1880, titulada , genéricamente Cuentos de los últimos días de las mil y una noches o Las nuevas mil y una noches (de ahí las referencias ocasionales a un narrador árabe, que pueden extrañar al lector).

Esta serie de historias reunidas como una novela independiente comienzan con una idea muy atractiva: una noche el príncipe Florizel de Bohemia y su asistente el coronel Geraldine, de incógnito en una taberna de Londres, conocen a un curioso joven que les introduce en un extraño y exclusivo club: el de los Suicidas, en el que cada noche el azar decide quién debe morir y quien debe ser el ejecutor de esta muerte... A partir de aquí, se desarrollan una serie de aventuras, entre Londres y parís, hasta llegar al desenlace de la historia. Sin embargo, hay que decir que, pese a que cada uno de los capítulos que componen esta serie comienzan de una manera interesante, por insólita o chocante, decaen bastante cuando se acercan a su final, quizás porque Stevenson -y sus lectores de la época-sabían que tendría continuidad en la entrega siguiente.

Aunque ésta es la mayor pega que se le puede poner a unos relatos entretenidos y originales. No es lo mejor que escribió R. L. Stevenson, desde luego; no están ni de lejos a la altura de La isla del tesoro o El extraño caso del doctor Jeckill y el señor Hyde, pero gozan del encanto de cierta literatura de otro tiempo, más ingenua pero también más lúdica que las lecturas que vendrían después: VernePoe, Conan Doyle... y el propio Stevenson, claro, un autor capaz de crear la felicidad de cualquier lector con sus libros; incluso con éste.

Quizá sea esta época navideña,  precisamente, la más adecuada para recuperar y dar a conocer a todos estos autores... ¡Olentzero, Papá Noel, Reyes: menos videoconsolas, menos drones y móviles de chichinabo y más Stevenson, por favor! Tal vez no hoy, ni mañana, pero os aseguro que los niños de ahora os lo agradecerán en el futuro, porque gracias a sus libros, nunca dejarán de ser niños...

Otros libros de R. L. Stevenson reseñados en Un Libro Al Día: La isla del tesoroEnsayos literariosEl diablo en la botellaEl extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Arthur Koestler: Llegada y salida

Idioma original: inglés
Tïtulo original: Arrival and Departure
Año de publicación: 1943
Valoración: recomendable

Pocas figuras habrá que encarnen mejor el siglo XX, con todos sus horrores y contradicciones, que Arthur Koestler, judío de origen húngaro, expatriado casi toda su vida, sionista, comunista, anticomunista, que vio los kibutz de Israel, el nacimiento de la URSS y de las purgas estalinistas, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, los campos de internamiento franceses, y terminó su vida siendo un defensor acérrimo de la eutanasia (que practicó en sí mismo) y un estudioso de lo paranormal. Una vida aventurera, compleja y contradictoria que se refleja en su obra narrativa y ensayística.

Llegada y salida (tercer volumen de una trilogía iniciada con Los gladiadores y continuada con El cero y el infinito) se basa en las experiencias de Koestler durante la Segunda Guerra Mundial: el protagonista, Peter Slavek, escapa del barco en el que estaba retenido y llega a Neutralia, un limbo de paz en medio del caos, dondeespera conseguir alistarse de nuevo para luchar contra el fascismo o, si no, obtener al menos un visado para los Estados Unidos. Allí conocerá a otros expatriados como él: la joven y seductora Odette; Sonia, enfermera generosa y psicóloga vocacional, o el pro-fascista Bernard.

De hecho, en torno a estos tres personajes se articulan las tres secciones centrales del libro: Odette, con quien el protagonista mantiene una corta y apasionada relación, simboliza el presente; Sonia, que someterá a Peter a una larga sesión de psicoanálisis, representa el pasado, y Bernard, con quien Peter discute largamente sobre política, el futuro. De hecho, el tono de estas tres secciones es tan diferente que si no fuera por la presencia del mismo protagonista y del mismo espacio casi podrían ser tres novelas diferentes.

Quizás la sección más destacable del libro sea la dedicada al pasado: en ella, Sonia indaga en los recuerdos de Peter para intentar curar la parálisis psicosomática de una de sus piernas. Así salen a la luz las experiencias vividas por Peter: su deportación en un tren nazi, su internamiento en una prisión, las torturas a las que es sometido... Teniendo en cuenta la fecha de la publicación del libro (1943), esto convierte a Koestler en uno de los primeros narradores en dar testimonio de las brutalidades del nazismo, del mismo modo que El cero y el infinito lo convertía en un pionero en las denuncias del estalinismo.

Uno de los grandes temas de la novela (y de la obra de Koestler en general) es el del poder destructivo de las ideologías, cuando se imponen y anulan a los individuos. Incluso Peter Slavek, a pesar de su idealismo (o precisamente por su idealismo) es en cierto modo inhumano, y no está claro si lo es por haber traicionado sus ideales, o por haberse mantenido fiel a ellos. En esta lucha entre la utopía y su corrupción, en la que se mueve buena parte de la historia del siglo XX, debe situarse también la obra de Koestler.

También de Arthur Koestler: El cero y el infinito

martes, 22 de diciembre de 2015

ULAD: Nuestros libros del 2015

Montuenga

Mejor novela del s. XX: Los reconocimientos, de William Gaddis
Mejor novela del s. XXI: Abril rojo, de Santiago Rocangliolo
Mejor thriller: Vestido de novia, de Pierre Lemaitre
Mejor novela iniciática: Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil
Mi gran descubrimiento: La escritura peligrosa de Tom Spanbauer en El hombre que se enamoró de la luna 
Mejor ensayo: La insensatez de los necios, de Robert Trivers
Mejor volumen de relatos: Extinción, de David Foster Wallace
Peor novela: 1914. El asesinato de Sarajevo, de Eladi Romero García
No he pasado de la cuarta página en: El día en que Nietzsche lloróde Irvin D. Yalom

Juan G. B. 

Novelón del año (en todos los sentidos): Los reconocimientos, de William Gaddis.
Sorpresa (se entiende que agradable): Londres después de medianoche, de Augusto Cruz.
Novela negra para-disfrutar-más-que-un-cochino-en-un-lodazal: Lennox, de Craig Russell.
Libros que me removieron las entretelas (y algo más): Poeta muerta, de Patricia Heras y La captura de Macalé, de Andrea Camilleri.
Mejor carta de navegación por los procelosos piélagos de nuestra época: La piel de la frontera, de Francesc Serés
Escollos evitados a tiempo: Lección de anatomía, de Marta Sanz y Un mal año para Miki, de José Ovejero.
Libros más preciosamente ilustrados: La vida de las paredes de Sara Morante e Ilustre Ruritania ilustrada de Ainize Santos y Santi Pérez Isasi (lástima de texto, en este caso).
Novela gráfica del año: Yo, asesino de Antonio Altarriba y Keko.
Publicación y recopilación del año (y obra maestra): Torpedo 1936 (integral), de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.

Santi
Novela española del año: Cicatriz de Sara Mesa
Novelón del año: El museo de la inocencia de Ohran Pamuk
Clásico del año: Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell
Descubrimiento del año: Anna Starobinets, en particular sus relatos.
Autor al que ya no daré más oportunidades: Patrick Modiano
Fenómeno literario del año: Elena Ferrante y su serie de novelas sobre Dos Amigas
Fenómeno literario que no entiendo: la seride de novelas Mi lucha Karl Öve Náusea 
Curiosidades literarias: En Nadar-dos-pájaros de Flann O'Brien y Viaje alrededor de mi cuarto de Xavier de Mestre 
Literatura y/o periodismo, a quién le importa: La agonía de Francia de Chaves Nogales y El fin del 'homo sovieticus' de Svetlana Aleksievich

Carlos Andia
Libro de viajes del año: En mares salvajes, de Javier Reverte
Novela apetecible 2015: Siete casas en Francia, de Bernardo Atxaga
Decepciones de mayor o menor rango: En la orillade Rafael Chirbes, y Retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero
Para sumergirse en la Historia: Los Austriasde John Lynch
Clásico recuperado (y con mucho gusto): Tirano Banderas, de Ramón del Valle-Inclán
Tocho superlativo del año: Las mil y una noches (la reseña, antes de fin de año)

Francesc Bon 

Un año en que publican dos de mis autores favoritos no debería ser malo. Aunque lo hagan con obras que quizás, no sean sus mejores. Pero si bien a Houellebecq todos los acontecimientos ajenos han contribuido a que Sumisión gane en relevancia, crezca en trascendencia y rabie de actualidad y, por lo tanto, sea indiscutiblemente la novela más importante del año y su lectura obligatoria. A su lado, y no por deméritos, Pureza palidece, aunque crece en el recuerdo, lo cual no está nada mal. No suelo ponerme al lado de los vilipendiados por el mero hecho de serlo, pero ¿Franzen? El mejor de los que lo despedazan, que escriba un párrafo como el peor de los incluidos en Las correcciones y entonces hablamos.
Un autor con el que repetiré: aparte de decenas de clásicos, creo que volveré a probar a DeLillo para ver si el brutal desequilibrio entre Ruido de fondo y Cosmópolis tiene algún matiz. Y caerá algún Faulkner más, supongo. 
De este año no pasa: que encuentre unas semanas para apartarme del mundo y lea El día del Watusi de Francisco Casavella.
El libro que marcó mi añoSumisión, y aún podría exponer una docena de nuevos motivos por los que seguiré defendiendo esta novela.
El accésitaunque plantee dudas sobre si son puntos de partida de una carrera o no, libros como Nuevo destino son auténticos ganchos en la quijada.
Una apuesta personalSantiago Lorenzo cambiando de registro o Jenn Díaz poniendo su brillante prosa al servicio de asuntos más carnales. Peligro de que estilo, por brillante y solvente que este sea, devenga encasillamiento, amigos.
Frustrado: por no poder aportar mucho nuevo aquí ya que prácticamente todo lo que he leído ha caído en ULAD. Sí que he reconocer que este año ha sido para mí más un año de editoriales que de autores. Cualquier cosa de Sajalín, muchísimas cosas de Malpaso y bastantes de Blackie Books y Asteroide,
Incomprensible: Anagrama convirtiendo en emblemas de su producción dos naderías como Blitz y También esto pasará.

Y, como siempre, emplazar a nuestros lectores a que aprovechen los comentarios para dejarnos sus listas, sus sugerencias, preferencias, filias y fobias. Que ya tardabais.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Philip Larkin: Jill

Resultado de imagen de philip larkin jillIdioma original: inglés
Título original: Jill
Año de publicación: 1946
Valoración: Muy recomendable

Sin proponérmelo, y por culpa de las maquinaciones del azar, he acabado leyendo dos novelas de formación seguidas: Las tribulaciones del estudiante Törless y esta. Teniendo en cuenta que en este género podemos encontrar de todo, he tenido mucha suerte. Ambas coinciden en que son primeras novelas de sus respectivos autores y en los dos casos existe una base autobiográfica. Tal como el propio Larkin señala en el prólogo, donde aparecen nombres muy conocidos de compañeros suyos y detalles de su relación con ellos.
El carácter del protagonista, por sí mismo, aporta toda la sustancia a la novela, pues no se trata de un individuo en construcción como tantos otros: sus cimientos resultan tan endebles que se van diluyendo poco a poco, y este proceso se desarrolla con todo detalle ante los ojos del lector. Unos padres apegados a su ambiente y un profesor que intenta compensar su insatisfacción experimentando torpemente conciben un proyecto absurdo y no consiguen más que empujar a una personalidad reacia a abandonar su zona de confort a emprender una aventura que excede su capacidad adaptativa. De ahí que la aparente seguridad del John del comienzo, sus hábitos metódicos, no sean más que la cáscara vacía que comienza a desintegrarse en cuanto aparecen los primeros complejos. Lo que en realidad le perjudica, más que su procedencia humilde en comparación con sus colegas de internado, es su negativa a aceptarla y su completo desinterés por los otros becarios. De ahí viene el autoanálisis permanente, la conciencia de su propia torpeza que originan la obsesión por ser aceptado en un grupo que, ni por experiencias previas ni por disponibilidad económica, tiene nada que ver con él, que nunca podrá ponerse en su lugar, que en el fondo le ignora y, de fijarse alguna vez en su persona, es para despreciarla.
Larkin muestra con toda exactitud la evolución que sufre su personaje –que de alumno aplicado y sin excesivos conflictos pasa a convertirse en un ser torturado, asediado por fantasías que casi llega a creerse y que le van destruyendo poco a poco– así como el contraste de personalidades, principalmente entre John y Christopher pero también con los demás, el poder que emana del grupo como tal y de cada individuo debido a su posición y, contrastando con ello, la debilidad del protagonista, sus inseguridades, la constante lucha que sostiene consigo mismo, su progresiva decadencia que acaban generando una enorme bola de nieve que amenaza con aplastarlo.
Esa exactitud en el trazo de personajes y situaciones se completa con la empatía –nada fácil de conseguir– que surge entre personaje y lector. Sin ella, la novela habría perdido todo interés muy pronto, pero le acompañamos en sus andanzas porque le hemos tomado cariño y lo que pueda ocurrirle nos importa. Solo se me ha hecho algo pesada la parte en que se idealiza a Jill convirtiéndola en personaje de ficción: no la encuentro nada verosímil y, más que artefacto meta literario, casi me ha parecido un pegote.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Stephen King: Revival

Idioma original: inglés
Título original: Revival
Año de publicación: 2014
Valoración: está bien

En este blog tenemos debilidad por Stephen King, se ve que somos un poco morbosos: hemos reseñado algunos de sus grandes clásicos, como It, Carrie o Misery, pero también algunos de los libros que ha publicado en los últimos años, a pesar de que (seamos sinceros) ya no parece que estén al mismo nivel de los primeros. Da la impresión de que Stephen King escribe a estas alturas con el piloto automático, conoce los engranajes de la escritura y de la lectura y, a partir de unas cuantas obsesiones personales, es capaz de producir una novela de cuatrocientas páginas como esta en unos pocos meses de trabajo. Y no es que esté mal, de hecho esta novela me entretuvo durante un vuelo de varias horas que habría sido mucho más duro sin él; pero no creo que se pueda esperar ya que Stephen King descubra nuevos territorios para el terror contemporáneo, como sí hizo (creo) en sus primeras novelas.

Revival gira en torno a dos personajes, que se encuentran y reencuentran a lo largo de varias décadas y cuyos destinos están estrechamente relacionados: Jaime Morton, el narrador, que es un niño al principio de la novela, luego un músico heroinómano y por último un adulto sano e integrado; y Charles Jacobs, joven predicador obsesionado por la electricidad y al que la muerte de su mujer y su hijo apartan del camino recto. Lo que por momentos parece una simple novela psicológica sobre la relación entre dos personajes íntimamente unidos, se vuelve hacia lo sobrenatural en la segunda parte, cuando los experimentos eléctricos del predicador para curar todo tipo de enfermedades provocan inesperados efectos secundarios en sus pacientes.

Por momentos, Revival es una novela lenta y digresiva: la historia de las bandas de música en las que participa Jaime, o de sus primeros amores, o de sus primeros empleos, tiene poca influencia en la trama. Es, más bien, una forma de engordar al personaje, y de paso a la novela, con una biografía por otra parte no demasiado original. Los capítulos propiamente terroríficos son escasos, y ni siquiera hay en esta novela un ambiente angustioso como el de El resplandor, que lleve progresivamente al desenlace. Así que quien lea esta novela esperando que le ponga los pelos de punta o le provoque pesadillas, pues en fin, salvo que sea realmente impresionable, probablemente salga bastante decepcionado.

En realidad, Revival es una novela de terror en un sentido muy tradicional, casi decimonónico; en una especie de pórtico, Stephen King reconoce la influencia de una docena de autores, entre los que destacan Mary Shelley y H. P. Lovecraft. (Sorprende que Poe no aparezca en esa lista, por cierto). Y de hecho, las últimas páginas son una mezcla de Frankenstein y de Reanimator, con la presencia del Necronomicon para darle un aire sobrenatural y mí(s)tico al asunto.

En fin, cuando se llevan ya cuatro décadas escribiendo novelas, imagino que aprende ciertos trucos. (Dos que Stephen King usa hasta el exceso: anunciar los acontecimientos terribles que van a suceder después en la novela -aunque estos acontecimientos después no sean tan terribles-; y terminar los capítulos con una frase breve, lapidaria y presentada en un párrafo separado). Eso es Revival, un producto de artesanato más que de arte; pero oye, para sobrevivir a un vuelo de unas cuantas horas, siempre viene bien.


Todas las reseñas sobre Stephen King en ULAD: Aquí

sábado, 19 de diciembre de 2015

Bernard Sumner: New Order, Joy Division y yo

Idioma original: inglés
Título original: Chapter and verse. New Order, Joy Division and Me
Año de publicación: 2014
Traducción: María Tabuyo y Agustín López Tobajas
Valoración: imprescindible para fans, muy recomendable para ajenos a lo musical

Pues vais a tener que perdonarme que insista en esas periódicas reseñas de libros sobre músicos que tan poca repercusión suelen tener aquí. Pero es que ciertas editoriales de perfil más, erm, literario, como Malpaso o Sexto Piso, suelen prestar atención a este campo,  y ya voy a evitar referirme a la permeabilidad de las fronteras entre expresiones artísticas o a alcance global de ciertas manifestaciones.  Hasta me voy a permitir cierta licencia como incluir imágenes no intrínsecamente literarias. La de la izquierda es una camiseta a la venta en una de esas tiendas inhumanamente caras situadas en el interior de un parque temático.  Mickey Mouse en un perfil que resulta familiar. Uh. He visto a decenas de tipos con camisetas parecidas. Uh. Recuerdo vagamente el texto de alguna. Uh. Joy Division: Unknown Pleasures.

Tal es la influencia. Tal es la presencia en el imaginario cultural, en la iconografía popular, y ya han pasado tres décadas. No se sabe bien por qué, aunque, y que nadie me tilde de morbosillo, en el mundo del rock (o de la música asimilable como rock),  la muerte y que esta sea por suicidio suele ser un aditivo, como si la tríada se completara y sex and drugs and rock and roll tenga que habilitar un espacio para death. Y Joy Division es célebre como grupo y por los indudables méritos artísticos de dos discos resplandecientes, pero ese aditivo, el suicidio de Ian Curtis, lo elevó, como pasó con Nirvana y Kurt Cobain, a la categoría de mito, y podríamos decir que Bernard Sumner (que no por nada ha de aclarar su vínculo ya desde el mismo título del libro) apela a esta relación. Pero Sumner consigue que ese hecho no sea el centro de este libro. Y eso es un logro, casi una gesta. Porque lo contrario no habría sido un error, pero superar el morbo y convertir esta autobiografía (algo temprana, pues Sumner aún no ha cumplido los 60, pero se supone que ésa ya es una edad sustancial para una estrella de la música) en un muy entretenido recorrido por su trayectoria vital  ya es un mérito que apuntaré en el haber de Sumner como narrador. 
Porque  Sumner sabe hacerse con el lector,  sabe tender puentes de complicidad y suministrar información  de forma  amena y coherente. Sobre una infancia algo atípica como hijo de madre soltera y severamente discapacitada, en un barrio de gente humilde en una ciudad, Manchester, antaño próspera e industrial que el thatcherismo y sus privatizaciones inmoló.  Sobre su fascinación por lo que representó el punk como revulsivo de una juventud adormecida por el tardo-hippismo y el rock progresivo. Sus relaciones con todo lo vinculado con el negocio musical, sean compañeros en las bandas, managers, otras bandas, productores. Y, como en muchas semblanzas vitales de músicos que me afano en respetar, la sincera rendición hacia su manifestación artística. En este caso, transmitir a través de su música sus actitudes hacia el mundo. Porque lo que eché algo de menos en la brillante autobiografía de John Lydon aquí asoma por doquier: el proceso creativo de la nutrida colección de obras maestras de Joy Division y New Order surge y está suficientemente documentado haciendo todo merecimiento a algún superlativo: si Joy Division pinturrajearon de negro cripta el post-punk, contaminando con oscuridad, voces profundas y bajos acuosos, New Order hicieron lo propio con el sonido tecnificado contaminado de ácido.  Pero no he venido aquí a hablar de música. Ni de la escena de Manchester ni de la historia del sello Factory ni del sonido impuesto por los productores ni del cúmulo de circunstancias que acabaron con la crisis financiera de The Haçienda.
Es emocionante leer a un músico escribir con toda naturalidad sobre una infancia de la que no todo el mundo alardearía. Es gratificante ver que lo hace con sencillez y absoluta falta de divismo, relativizándolo todo y casi encomendando su éxito a la fortuna y al capricho de las masas. Refrescante porque suele haber muchos músicos que se manejan desde la falsa modestia y el altruísmo entre lujos excéntricos y champany de color azul. Y Sumner no: Sumner no escurre el bulto al asumir limitaciones técnicas. errores, excesos de juventud, escarceos con alcohol y demás cosillas vínculos con el pasado, decisiones equivocadas con consecuencias nefastas, cabezonería, y todo ese cúmulo de cosas que a uno le convierten en un tipo normal que toca la guitarra (y los teclados) y canta. Muestra su vulnerabilidad hasta al errar un poco en el final del libro, donde se precipita un poco en sus recriminaciones hacia Peter Hook, bajista de la banda y miembro original, con el cual la relación no pasa por buenos momentos, parece, cuestión que pone en tela de juicio la continuidad del grupo en su mejor versión. Un poco a imagen y semejanza de la decadencia de las bandas de largo recorrido. Aunque la sorpresa final del libro no tiene desperdicio: la transcripción de una sesión de hipnosis entre Sumner y Curtis, donde este último alude a vidas pasadas hasta remontarse al siglo X. Sí: una escena única, extraña, a medio camino entre lo siniestro y lo delirante.