jueves, 30 de abril de 2015

Antonio Altarriba & Keko: Yo, asesino

Idioma original: español (creo)
Título original: Moi, assasssin
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable

Otra cosa tal vez no, pero desde luego este libro deja bien a las claras desde su título y aún más desde su magistral primera página, de qué trata: pues de las andanzas de un asesino, claro, contadas por él mismo. No un asesino a sueldo ni un terrorista obediente a su Causa, ni un homicida "pasional" (¿os acordáis de aquel "romántico" eufemismo, en boga hasta hace no demasiado tiempo?): hablamos de un asesino psicópata, frío y sin motivos aparentes. Pero nada del típico asesino en serie que destripa a sus víctimas o deja una firma reconocible para que le trinque la policía, más pronto que tarde; nuestro asesino es "en exclusiva", como dice él, mata por puro placer y para satisfacer una inquietud estética. Es más, se toma cada uno de los asesinatos como una obra de arte diferente, como una performance con la que trasmitir un mensaje conceptual, aunque sea poco discernible y aun permanezca oculto para la mayoría de la gente. Porque el asesino protagonista, Enrique Rodríguez, es además profesor de Historia del Arte de la Universidad del País Vasco y ha desarrollado toda una tesis sobre el "arte del sufrimiento" en la que se basa su exitosa carrera académica.
Y aquí debo hacer una aclaración: aunque como lector soy bastante aficionado a la novela negra o policiaca, no es que yo tenga un especial interés en este tipo de personajes, asesinos psicópatas, de los que, por otra parte, en los últimos tiempos hemos sufrido una saturación en películas, series, novelas y hasta ensayos sesudos. Mi interés por esta novela gráfica /cómic -o  lo que se diga- viene en gran parte motivada porque la ciudad en la que se desarrolla gran parte de la historia ha sido -y aún es en buena medida-  también mi ciudad. Y es más, yo estudié en la Facultad universitaria donde da clase el asesino de la historia, hasta que fui injustamente expuls... bueno, ejem, dejémoslo. Digamos que es mi alma máter y conozco perfectamente sus pasillos y departamentos, que salen aquí plasmados. Lo que no conocí entonces, lo puedo jurar, es a ningún profesor asesino, aunque sí a más de uno al que me hubiera gustado... en fin, corramos otro estúpido velo... Bueno, para acabar el "momento Cuéntame" de hoy, explicaré que, para más regocijo, resulta que el guionista de este cómic/novela gráfica, Antonio Altarriba, también es profesor en esa misma Facultad (no de Historia del Arte, por suerte); imaginemos jocosos comentarios y el desinhibido ambiente que puede haber generado allí la publicación de este libro... Quizás previendo ciertas suspicacias -y también como una broma privada, al parecer- el dibujante Keko creó al asesino como un retrato exacto del guionista Altarriba. Lo que, por otro lado, ha resultado ser un acierto: resulta perfecto como plasmación del asesino Enrique Rodríguez, inconcebible con otro aspecto antes incluso de acabar de leer el libro.
Ya puestos, hay que hacer una especial mención al magnífico trabajo gráfico de Keko: no se trata sólo de ese estupendo dibujo en blanco y negro (y los toques de rojo, allí donde se requiere este color... adivinad dónde), minucioso para la ambientación (disfrutarán en especial quienes conozcan la ciudad de Vitoria, pero también aparecen otros escenarios: Madrid, París, Valladolid, Salamanca...) y expresionista al hora de tratar los personajes. No soy un aficionado exhaustivo de las novelas gráficas o cómics, pero su trazo me ha recordado a clásicos maestros del claroscuro como Will Eisner, Alex Toth y, sobre todo, el  Frank Miller de Sin City. O el Taxista de Martí, aparecido en la legendaria revista El Víbora. Sin olvidar que, aparte del tenebrista pero adecuado uso de luces y sombras, destaca la sabia planificación y montaje de las escenas... algunas de ellas especialmente delicadas, puesto que narran asesinatos truculentos, pero que este dibujante resuelve de forma magistral.
Al estar contada desde el punto de vista del asesino, éste nos va ilustrando a lo largo de toda la historia de las razones que justifican sus actos criminales. Al tratarse de un inteligente profesor universitario, el discurso está bien cimentado, aparte de que aparecen continuas referencias, tanto visuales como literarias, a la relación entre la violencia y el arte, comenzando  por el célebre libro de Thomas de Quincey El asesinato como una de las Bellas Artes (no aparece, sin embargo cierta referencia  de la cultura popular actual que, no por obvia, me parece menos pertinente: la del inefable personaje Hannibal Lecter. Aunque  no me refiero al dr. Lecter sujeto con el bozal o que se dedicaba a comerse el hígado de sus víctimas, sino al que, después de mostrar en una conferencia como fue el horcamiento de los Pazzi, en el siglo XV, reproduce el acto con su siguiente víctima); es más, el profesor Rodríguez no sólo considera como artísticas sus acciones, sino al asesinato gratuito como un actos verdaderamente revolucionario, a diferencia de los que matan amparándose o al servicio de una ideología -y aquí la inserción de un atentado de ETA no es mero recurso de la ambientación- o por servir a intereses espúreos, por interés personal. Nuestro asesino mata "por amor al arte" -son sus palabras- e incluso como una reivindicación de su individualidad y de sus instintos reprimidos por la sociedad y el Estado, que aceptan y fomentan ciertas formas de violencia mientras persiguen otras que escapan a su control. Incluso lo que parece insinuarnos esta historia es que el riesgo quizás no esté tanto en considerar el asesinato como un tipo de arte, sino que puede estar en considerar el arte -según qué arte, de quién y por quién- como un tipo de crimen.
Claro, que también todo este discurso puede verse como una elaboración intelectual del personaje, destinada a justificar -ante sí mismo, sobre todo- el sucumbir sin resistencia ante sus impulsos criminales. Y eso que el asesino de la historia, no es sólo una fría máquina de matar -y éste es uno de los aciertos del guión de Altarriba-, sino un tipo con sus problemas laborales, sentimentales y existenciales (casi se diría que está en plena crisis de la mediana edad). Incluso llega a parecernos una víctima él también, en este caso de las consabidas intrigas entre colegas universitarios y académicos... La empatía que él no parece sentir por los demás, acabamos sintiéndola los lectores por este asesino, que acaba por hacerse entrañable, de tan magistralmente que lo han construido los dos autores de este libro.


Nota aclaratoria: El título original está en francés porque esta novela gráfica se editó primero en Francia, aunque supongo que el idioma en el que se escribió fue el castellano. Digo supongo porque resulta que A. Altarriba es catedrático de literatura francesa, así que entra dentro de lo posible que escribiera el guión directamente en este otro idioma. Je ne sais pas.





Otros libros de Antonio Altarriba en Un libro al día: El arte de volar

miércoles, 29 de abril de 2015

Almudena Grandes: Las tres bodas de Manolita

Año de publicación: 2014
Valoración: Recomendable

Almudena Grandes ha acometido un proyecto francamente interesante con sus "Episodios de una guerra interminable" que, hasta el momento, comprende tres volúmenes: Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita, la que hoy nos concierne. Interesante por dos razones: porque novela el episodio de nuestra historia reciente (y sus consecuencias) más novelado en los últimos años y porque, aunque hayan pasado más de 70 años desde el final de la Guerra Civil, sigue siendo un conflicto muy vivo en la memoria colectiva, con posiciones todavía muy enconadas. En definitiva, un episodio muy interminable.

Por eso el punto de partida de Grandes me parece sugerente. Se lanza a narrar la posguerra asumiendo que todos los conflictos nacen de esa guerra fratricida y, en cierto modo, que la mirada con la que sus lectores se acerquen a su obra continúa, hoy en día, infectada por su forma de entender (y "recordar") aquel hecho histórico.

Pero entrando de lleno en esta novela, ¿qué nos cuenta en este tercer volumen la autora? Si en Inés y la alegría nos habló sobre la invasión del Valle de Arán  y en El lector de Julio Verne, sobre el maquis, ahora es el turno de los presos políticos y sus familias y, en particular, el Patronato de Redención de Penas y la forma en que el régimen franquista se aprovechó de su situación para abastecerse de mano de obra gratuita, tanto de adultos como de niños.

Manolita es una chica conocida por su falta de implicación en cualquier asunto que tenga que ver con la política pero el estallido de la Guerra Civil y la llegada de la inmediata posguerra le hacen imposible mantenerse al margen. De ser la Señorita Conmigo No Contéis, se convierte en una pieza clave para algunas operaciones del Partido Comunista. La mueven el amor por su familia y, según avanza la historia, la extraña relación que entabla con un preso, una relación que la marcará de por vida.

Me reconozco un fiel seguidor de esta serie de novelas de Almudena Grandes desde que descubrí y devoré Inés y la alegría. Lo mismo me ocurrió con El lector de Julio Verne. Sin embargo, en lugar de devorar a Manolita y sus bodas debo reconocer que se me han atragantado. Sin duda, me parece un libro recomendable, en especial si te ha gustado la saga y quieres continuar descubriendo hacia dónde avanza. Almudena Grandes es una gran escritora y una magnífica contadora de historias. Sus personajes aparecen y desaparecen, alternando con soltura distintas voces, para ir componiendo un puzle que nos ayuda a comprender el conjunto de la historia. Sin embargo, esta vez el puzle se enrevesa en exceso, no tanto por el argumento, sino por las continuas y constantes reflexiones de algunos personajes. Reflexiones que se muerden la cola y llegan a parecer interminables y repetitivas en muchos momentos de la novela, además de exagerar ese maniqueísmo del que se le suele acusar típicamente a Grandes.

En definitiva, Las tres bodas de Manolita es un libro recomendable, especialmente para los seguidores de la autora y su serie, con pasajes que te atrapan sobre todo por su interés histórico y con otros soporíferos que ralentizan hasta el extremo el avance de la historia. Una tercera novela de la serie a la que le sobran páginas, no tanto de acción como de reflexión.

Otros libros de Almudena Grandes en Un libro al día: Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, Las edades de Lulú y Atlas de geografía humana.

martes, 28 de abril de 2015

Michel Houellebecq: Sumisión

Idioma original: francés
Título original: Soumission
Año de publicación: 2015
Traducción: Joan Riambau
Valoración: imprescindible

Adoro, entre otras libertades, la de los blogs. Esa bendita cosa que me permite escribir párrafos y párrafos sobre una novela sin tan siquiera saber cuándo acabará en mis manos. Revelando no solamente mis filias y mis fobias, sino hasta algunas inexplicables manías. Puedo escribir sobre mis primeras sensaciones previas: desde la frustrante de haber descargado la versión en francés, haberla pasado por el traductor de Google y no entender nada, hasta la reconfortante de tomar esa misma edición en las manos y comprobar que es austera, sobria hasta parecer el prospecto de un medicamento.
Puedo opinar sobre el itinerario de Houellebecq desde que publicó El mapa y el territorio, con desapariciones, reaparición con una estética más cercana a un clóchard que a un escritor de éxito, su participación en un documental, hasta que, zas, en plena promoción de lanzamiento de esta novela que nos ocupa, ocurre lo de Charlie Hebdo, y el escritor, amigo personal de alguna de las víctimas, corta la promoción, la corta a lo bruto, sumiéndose en una especie de silencio funerario que, entendemos, rompen, de algún modo, detalles como el de adelantar varios meses el calendario inicial de publicación en español y, uy, por unos días, no llegar a las mesas de Sant Jordi de donde, supongo, hubiera volado, literalmente.
O podría juzgar apenas veinte páginas iniciales filtradas con agudo sentido comercial, y empezar a intuir que, aunque la crítica ya había adelantado algunas opiniones negativas, quite, Houellebecq es mucho Houellebecq como para fiarse de unas opiniones que, al menos ahora, comprendemos sean extremas en un sentido u otro, por tratarse de quien se trata, por esa historia basada en un brillante planteamiento; el acceso al poder de un partido islamista en Francia. Fuerte empezamos, Michel, premonitorio en un mundo donde las mayorías tradicionales parecen abocadas a desmoronarse (o perder peso),  da fuerte por dar primero: una Francia con la sharia al acecho y una Francia con las universidades de prestigio acaparadas por el poder islamista, gracias a la sustanciosa inyección económica de algún reino de la Península Arábiga.

Pero entiendo que algunos de quienes han calificado Sumisión como la novela más floja de Houellebecq lo hayan hecho asustados ante lo posible de sus planteamientos. Aunque no sé qué puede tener que ver una cosa con la otra. También podrían asirse a esa letanía de vincular todos los libros del francés a una especie de esquema común, siempre partiendo del varón de mediana edad que está de vuelta de todo. Miren, razones para descalificar un libro, si uno las busca, las encuentra. Yo podría quejarme, por ejemplo, de que una centena más de páginas en su desarrollo final no hubieran ido nada mal para acercar el libro al gran público, para hacerlo más polémico, para abrir más debates, para concretar más todo lo que el final, algo abrupto, deja abierto.

Ah. Me olvidaba. Para los astronautas, un intento de sinopsis.

François, entre los 40 y los 45, es profesor universitario, especialista en Huysmans, escritor francés crítico con el mundo que protagonizó una conversión del ateísmo al catolicismo a una avanzada edad. Soltero, tras varias relaciones que detalla con frialdad, tiene una amante estable, Myriam, estudiante judía de unos 20 años a la que considera, en una curiosa reflexión, la cumbre de su vida amorosa y sexual. Pero es 2022 y Francia está convulsa: los partidos tradicionales, socialista y conservador, que llevan décadas alternándose cómodamente en el poder, ven cómo se avecina un armageddon particular donde la segunda ronda de las elecciones presidenciales no contará con ninguno de ellos como contendiente: la cosa se dilucidará entre el Front National de Marine LePen y un recién inaugurado partido islamista moderado. En un ejercicio de patético aferramiento a la última posibilidad de mantener alguna cuota de poder, socialistas y conservadores apoyan a los islamistas que, capitaneados por Mohammed Ben Abbes (carismático líder al que no dudan en dar coba) solo se muestran inflexibles en una cuestión en cuanto a las parcelas de poder que quieren preservar: controlar el sistema educativo.
La progresiva implantación, lenta pero implacable, de la islamización, empieza a afectar a todos los ámbitos de la vida. Las tiendas de ropa sexy desaparecen, los judíos franceses (Myriam entre ellos) abandonan el país rumbo a Israel.  Las mujeres abandonan sus puestos de trabajo y vuelven a ser sólo amas de casa. Los profesores afines de la Universidad Islámica París-Sorbona-3 ven sus sueldos triplicados. Se permite la poligamia. No es tan extraño que en este magma, afloren los conversos, sí, señores de apellidos franceses que decoran sus domicilios con versículos del Corán y se desposan con adolescentes designadas cuando no elegidas.
François es invitado a pre-jubilarse con magníficas condiciones económicas, tras lo cual, presa del miedo, se lanza a una especie de huida hacia el Sur, en la cual su sensación de soledad y desamparo se agudiza. Pendiente de la gasolina y de la conexión a Internet, François intenta encontrar un sentido a su existencia, sin trabajo, sin relación sentimental, con dinero. En el fondo, Sumisión habla de la soledad del hombre moderno. Al estilo Houellebecq, claro, porque aquí no faltan ni las escenas de sexo explícito, ni menciones a Nietzsche, ni opiniones de esas que ponen al francés en la picota del público más acomodaticio. Porque Houellebecq ya no se conforma con dar testimonio del presente de la civilización occidental. Ahora ya especula sobre su futuro.

En Sumisión, Houellebecq marca más distancias que nunca con su protagonista. Les separan casi dos décadas de edad y François, parece, mantiene alguna esperanza. Houellebecq se queja, entre líneas, de lo que François decide, toma partido con claridad y por eso se le ha criticado, porque esta es la novela más política de Houellebecq, la más cargada y osada en lo social, y porque, a diferencia de otras, no se conforma con quejarse de dónde venimos, sino de a dónde  cree que vamos; hasta nos sugiere a qué velocidad y en base a qué perversos mecanismos de matemática demográfica. Vamos, por cierto, no solo los franceses. Todos. A Houellebecq, por Sumisión, se le ha acusado de hacerle el juego a la extrema derecha y de instaurar un sentido del alarmismo a lo cual, claro, lo de Charlie Hebdo no ha hecho más que añadir leña. Sí: ha sido acusado de eso por críticos de todo el mundo, tras cuyos intereses editoriales o empresariales, puede, haya alguno de esos petrodólares.

Pero yo no considero leer esta novela como algo imprescindible porque otros la ataquen. No es una reacción. Leer Sumisión es necesario porque está magníficamente escrito y porque su temática no puede ser más contemporánea. Ya puestos, porque no son muchos, y menos recientemente, los libros que remueven la conciencia e invitan a la reflexión. Cosa que habría que exigir más a menudo.

Ahora bien, puedo estar equivocado y que sean quienes lo atacan quienes tengan la razón. Así que zurren a este hombre por su atrevimiento y por poner esa prosa, otra vez  aquí brillante y lúcida como pocos pueden conseguir, al servicio del escenario del miedo atávico a la pérdida de las libertades, de la polémica que genera discusiones encendidas. Denle candela, sin miedo: no es más que un hombrecillo cercano a la tercera edad, un fumador empedernido con aspecto frágil y malcarado al que debemos postergar al rincón de los quejicas. Un tipo que, por cierto, está amenazado, hace años, y ya va acompañado por escoltas. Sigamos con nuestro mundo de abrazos fraternales y celebraciones conjuntas, como si nada pudiera pasar, tan contentos y tan felices, conscientes de que la diversidad es algo a lo que no hay que poner límites ni cortapisas. Ni hablar. Nuestros amigos, los integristas: si estamos aceptando su dinero, las inversiones de sus empresas y sus fondos soberanos, pasta para que sus clubes de fútbol fichen a grandes estrellas, si no hemos puesto pegas hasta ahora, pues que lo empaqueten todo y que hagan, ya, efectiva esa reconquista. Del todo. Claro que sí. No leamos al pirado este, leches. Qué aspecto más enajenado. No hace más que ponernos nerviosos. Encendamos la tele, narices, a ver a quién decapitan esta semana.

De Houellebecq en UnLibroAlDía: Aquí

lunes, 27 de abril de 2015

Kazuo Ishiguro: Los restos del día

Idioma original: inglés
Título original: The Remains of the Day
Año de publicación: 1989
Traductor: Ángel Luis Fernández Francés
Valoración: Muy recomendable


Una reciente reseña de otro libro de este mismo autor (en Un Libro Al Día... ¿dónde si no?), Nocturnos, me decidió a emprender la lectura que tenía pendiente desde hace algún tiempo de esta Los restos del día, la novela más conocida hasta ahora -creo- de Kazuo Ishiguro (sobre todo por haber sido llevada al cine hace años con los afamados Anthony Hopkins y Emmma Thompson como protagonistas). Y lo cierto es que me arrepiento de no haberlo hecho mucho antes.

Porque el caso es que ésta es una novela no ya notable, sino por momentos excelente y preciosa, que muestra un gran oficio literario y una sensibilidad encomiable hacia los personajes que la protagonizan. Y eso que no me parece que fuera sencillo cumplir tal propósito... cuando menos, el argumento no resulta, en principio, el más adecuado para un fácil lucimiento: la novela se estructura a partir de unas pocas jornadas del viaje que, en verano de 1956, realiza el mayordomo de la mansión Darlington Hall, en Oxfordshire, hasta Cornualles para visitar a una antigua ama de llaves. Cada día el señor Stevens, este mayordomo, nos va contándolas incidencias del trayecto y también sus opiniones sobre diversos asuntos -ante todo y sobre todo, acerca del oficio al que ha dedicado su vida-, ilustrándolas con los  recuerdos de lo que ha sido su actividad en esa mansión. Cuyo amo en otro tiempo, además, Lord Darlington, no era cualquier noble ociosos, sino un caballero bien relacionado con las altas esferas de la política y que había intentado, ya a partir del Tratado de Versalles, que juzgaba ignominioso, un acercamiento e incluso, más adelante una posible alianza, con Alemania... llegando a entrevistarse en varias ocasiones con el embajador nazi, Ribbentrop o con el líder fascista británico, Oswald Mosley (exacto, el que luego fuera cuñado de Nancy Mitford, como sabrá quien conozca a esta autora).

Stevens no evita éstos u otros temas "delicados" -como cierto arrebato antisemita de su señor-, pero nos los cuenta y explica su propia participación en tales asuntos amparándose el su profesionalidad y lealtad como sirviente -lo que él llama su "dignidad"-, que utiliza para establecer una barrera con toda realidad ajena a su labor de mayordomo, una coraza que porta como el samurai que sirve a un señor feudal para así poder seguir el "camino del guerrero" (sé que habrá a quien le parezca oportunista tal comparación, dado el origen nipón del autor de la novela, pero, justo por eso, no creo que sea casual la elección de este protagonista, un personaje de una "britanidad" tan típica, al tiempo que tan cuidadoso con los detalles y tan proclive a la contención de sus sentimientos como se le supone a la cultura japonesa).

Es  la misma barrera que interpone ante otros aspectos más íntimos de su vida, como son sus relaciones familiares y sentimentales; las que tiene con su padre, mayordomo como él, y con Miss Kenton, el ama de llaves a quien se dirige a visitar a Cornualles. Digamos -y perdón si esto supone un spoiler-, que las reacciones de Stevens en ambos casos no son precisamente de una espontaneidad latina... Aún así, hay que señalar que, a pesar de que su aproximación a los posibles errores cometidos en su vida sea de manera indirecta y se escude en esa supuesta dignidad profesional de la que ya he hablado para excusarlos, al menos este mayordomo hace una introspección crítica sobre su propio pasado que no sé si es demasiado frecuente, fuera de la literatura.

Al final, una novela no ya totalmente recomendable, sino -y quizá esta valoración resulte demasiado polémica para dejarla para la última frase de la reseña- a la que tan sólo su propia perfección me hace me hace dejarla un paso por detrás de la categoría de imprescindible.



Del mismo autor en Un Libro al Día: Nunca me abandonesUn artista del mundo flotanteNocturnosEl gigante enterrado

domingo, 26 de abril de 2015

Martin Amis: La invasión de los marcianitos


Idioma original: inglés
Título original: Invasion of the Space Invaders
Año de publicación: 1982
Traducción: Ramón de España
Valoración: proustianamente recomendable

¿Y por qué Martin Amis casi impide que este libro se publique, repudiándolo al poco de escribirlo? ¿Será que le avergüenza reconocer un vicio de juventud? ¿Será que considera que un ensayo de hace treinta años desmerecerá su producción novelística posterior? ¿Ha vuelto a incorporar imágenes como las entrañables capturas de pantalla que decoran este ensayo, acercándolo, de paso, a la ingente masa que se asusta ante las series de páginas llenas de letras? Uh. Misterios insondables que pueden tener que ver con los inexplicables egos de ciertos escritores o, quizás, el terror de que una carrera literaria seria quedara estigmatizada por un artefacto curioso como es este.
Porque, claro, quien busque al Amis cronista del exceso politóxico de su (para mí) irregular Dinero aquí no va a  encontrar nada de eso. La tonalidad es casi tardoadolescente, porque Amis no se contenta con declarar su adicción, sino que la corrobora con una segunda parte que es una apoteosis de reseñas de juegos (apta para nostálgicos de los Arcade), y la remata con un colofón en el que se permite transcribir, enteras, las líneas de programación de los juegos, lo cual tiene su guasa. Pues no compramos algunos, en los tardíos 80, revistitas desde las cuales copiábamos instrucción tras instrucción, para programar cacharros cuya memoria de funcionamiento es la diezmilésima parte de la que cabe en la memoria USB más modesta.
Porque, por si hay dudas, este es Amis en modo ensayista/fanático/adicto a los videojuegos de primera generación: a esos de pantallas casi casi monocromo que se apoderaron de los bares y las salas de recreativos, allá por los años 80. Rendido a los pies de sus creadores, absolutamente.
Que ello no reste validez a la prosa ligeramente guasona de sus magníficas sesenta páginas iniciales, ni esa sensación a la vez añeja y entrañable de esas pantallas reproducidas por doquier. Qué hubiera escrito Amis de nuestros smartphones repletos de aplicaciones sofisticadas o de esta exquisita locura de la comunicación que es internet. 
Aunque he de reconocer que, en lo personal, en lo íntimo, La invasión de los marcianitos me ha cautivado. Esa descripción del uso de la tecla bomba en el Defender, cuando la pantalla se te llenaba de bichos amenazadores, esa impagable sensación de estar allí, en un bar de una esquina, saltándose una clase del instituto, ensimismado en una apasionante partida que se había extendido más allá de la hora del almuerzo. La mano agarrada al joystick, el índice tembloroso para no dejar de disparar ni un instante. La magdalena, la magdalena.

También de Martin Amis en UnLibroAlDía: Aquí

sábado, 25 de abril de 2015

José C. Vales: Cabaret Biarritz

Idioma: español
Año de publicación: 2015
Valoración: entre recomendable y está bien

Esta novela, premio Nadal de este mismo año, está ambientada, en los lejanos y felices años 20, en la villa vasco-francesa que aparece en el título. por aquel entonces un destino turístico de primera categoría para la "buena sociedad" internacional. En ella se narran y se tratan de desentrañar, aún de forma más o menos indirecta, una supuesta concatenación de hechos luctuosos -ahogamientos, suicidios-accidentes- que tuvieron lugar en el verano de 1925. De forma indirecta, digo, porque la novela se presenta como si fuera la edición española de un libro francés, recopilatorio de las entrevistas que realizó un escritor llamado Georges Miet (¿me siguen aún, espero?; ahora acabo...), quince años después de ocurrir los hechos, con el objeto de escribir un libro sobre los mismos (ya casi...), pero que nunca se hizo... (¡ya está!). Vamos, que es una especie de "novela-matriuska"... una cosa muy barroca y posmoderna a un tiempo.

Ahora bien, que nadie espere encontrar aquí una inextricable construcción metaliteraria y autoreferencial; bien al contrario, se trata de una narración ligera y entretenida, poco más que una novela de misterio a lo Agatha Christie (algo más acanallada, eso sí: hay continuas referencias al habitual uso de drogas en aquellos tiempos y a ciertas perversiones sexuales que, si Mrs. Christie tenía referencia de su existencia, desde luego no llegó a mencionar jamás... porque tampoco su época se lo hubiera permitido); si el resultado es -o parece- más complejo, se debe a esa manera de hacer avanzar la narración, en zig-zag, de un testimonio a otro -muchos de ellos bastante indirectos o circunstanciales-, algo que le permite al autor, además, presentar un variado despliegue de pintorescos personajes, cada uno con su historia particular, sus manías y su peculiar forma de expresarse...(memorables resultan, por ejemplo, el Director de la Hemeroteca municipal, M. de Jaulerry, y sus lapidarias opiniones sobre la literatura y el arte, en general).

Y ésa es la mayor virtud, pero también el mayor problema que arrastra la novela: esta forma tan morosa de avanzar, deteniéndose tanto en los testimonios de ciertos hechos frente a otros que se despachan de manera más sumaria; en unos personajes, que a la postre resultan secundarios, en comparación con otros más decisivos (tenemos el ejemplo de Madame Villequeau y sus vicisitudes erótico-religiosas, que por sabrosas que nos parezcan no aportan demasiado a la trama, mientras se retrasa la indagación sobre la finada Aitzane, que en rigor debería ser el eje alrededor de quien se estructure la pesquisa, y no lo es). El deslavazado final, por "moderno" que resulte -según el propio narrador-, no hace sino ahondar en el lector esta sensación de desequilibrio e inconclusión; incluso da la impresión de que el autor hubiera prorrogado la novela todavía bastantes páginas más, pero algo le obligó a terminarla así... quizá el plazo de entrega de manuscritos para el concurso. Tampoco ayuda a incrementar el equilibrio y la unidad de la historia la gran cantidad de notas aclaratorias, que completan algunos aspectos de las entrevistas -una alusión irónica, creo, a la actividad como traductor de José C. Vales-, pero que, si el posible lector (o lectora, huelga decirlo) se entretiene demasiado en ellas, solo contribuyen a una mayor dispersión,me parece a mí...

Que nadie se lleve la idea, sin embargo, que Cabaret Biarritz, no resulta ser una novela divertida o siquiera entretenida: todo lo contrario. En realidad, abundan los momentos deliciosos y aun tronchantes; la ambientación en la época está perfectamente lograda (de hecho, Vales ha traducido de forma excelente a autores británicos de la época, como E. F. Benson ), y el estilo literario tan ágil y competente como es de desear. Si la novela, al final, deja un regusto de insatisfacción, no es por lo que encontramos en ella, sino lo que dejamos de encontrar. 






viernes, 24 de abril de 2015

Charles Dickens: La casa lúgubre

Idioma original: inglés
Título original: Bleak House
Año de publicación: 1852-3
Valoración: está bien

Me resulta difícil valorar una novela como La casa lúgubre, que a lo largo de sus casi novecientas páginas me ha producido a partes iguales admiración y aburrimiento. Admiración, porque Dickens consigue crear y sostener un universo gigantesco de personajes principales y secundarios, entrelazados de las maneras más diversas (algunas sorprendentes, otras muy melodramáticas); aburrimiento, porque son casi novecientas páginas, y porque no todos esos personajes ni todas esas tramas me han interesado por igual; algunas de ellas, de hecho, no me han interesado lo más mínimo.

Es difícil resumir el argumento de La casa lúgubre, precisamente porque este entrelazamiento de historias. Quizás los protagonistas centrales sean el triángulo de jóvenes compuesto por Esther Summerson (una huérfana de corazón puro purísimo), Ada Clare y Richard Carstone (amantes cuyo amor es imposible, por lo menos por ahora), todos ellos bajo la supervisión de John Jarndyce, un hombre tan rico como generoso. Pero también ocupan un lugar central Lord y Lady Dedlock, representantes de la elitista aristocracia inglesa; Jo, el muy dickensiano niño mendigo; la filantrópica señora Jellyby, que se preocupa tanto por los pobres niñitos africanos que descuida a sus propios hijos hasta el punto de la indigencia...

Y de fondo, atravesando toda la novela de la primera a la última página, encontramos un despiadado retrato de la judicatura británica, lenta, farragosa, injusta, destinada más a dar de comer a los abogados que a descubrir la verdad e impartir justicia. El máximo representante de este sistema absurdo y corrupto es el caso "Jarndyce contra Jarndyce", del que se dice que ha atravesado ya varias generaciones, que requiere carretillas llenas para trasladar toda su documentación y que contamina con su perniciosa influencia a todos los que se implican en él (y muy particularmente, en este caso, al joven Richard, que fía toda su futura fortuna a la resolución del caso, condenándose así a desperdiciar su vida).

No creo ser muy original si digo que mi Dickens favorito es el humorista, el satirizador implacable de los defectos de la sociedad inglesa, en particular de la alta burguesía y la aristocracia: el retrato de lady Jellyby, que siempre tiene la mirada perdida "como si estuviera viendo África" y que es incapaz de cuidar a su propia familia, por ejemplo, es de lo más memorable del texto. En cambio, el Dickens lacrimógeno, el de las doncellas inmaculadas y los niños harapientos, me resulta bastante más intragable.

Resulta difícil, como decía al principio, darle una valoración a esta novela. Tiene, desde luego, acérrimos defensores (entre ellos G. K. Chesterton, nada menos) y tiene, indudablemente también, páginas y personajes magistrales, que están al alcance solo de los escritores más consumados. La propia construcción narrativa es digna de los maestros de la novela realista decimonónica, como Tolstoi, Balzac, Galdós, Eça, capaces de mantener vivos y diferenciados decenas de personajes.

Y sin embargo, la lectura se me ha hecho pesada, pesadísima por momentos. Quizás convenga recordar que La casa lúgubre, como gran parte de la obra de Dickens, se publicó por entregas de treinta y dos páginas cada una (a un precio de un chelín). No cabe duda de que la experiencia de leer ochocientas página seguidas es muy diferente a la de leer 32 páginas al mes durante dos años, y quizás sea esta segunda la lectura preferente de un texto como este: por entregas, por fascículos para no empachar.

Otras obras de Charles Dickens en ULAD: Aquí

jueves, 23 de abril de 2015

Regalos para el Día del Libro

ULAD, siempre con vocación de servicio púbico y de fuente de inspiración para grandes y mayores, continuando con nuestra campaña en contra de regalar libros incluso en fechas tan señaladas como Navidad, Reyes o Sant Jordi, presenta hoy a sus lectores una lista de opciones alternativas para regalar a los amigos bibliófilos.

Isolator 2000: adminículo prismático paralelepipedo, de material ligero y opaco, y abierto por uno sus lados, que colocado sobre la cabeza del individuo/a lector o lectora, permite leer en la playa sin que la atención al libro se vea importunada por la frecuente visión de los cuerpos serranos de los/las paseantes y/o bañistas. En caso necesario, se le podría colocar una fuente lumínica interna. Importante: no confundir,  en ningún caso, con una vulgar caja.

Linterna sin bombilla para leer de día: ¿Tienes nostalgia de aquellos años de clandestinidad nocturna, en que leías debajo de las sábanas con una linterna encendida hasta mucho más tarde de lo permitido? Entonces, ¡este es tu regalo! Para fabricarlo, busca una linterna, abre el compartimento destinado a contener la bombilla, quítale la bombilla, cierra el compartimento anteriormente destinado a contener la bombilla. ¡Vualá! Ahora ya podrás leer tranquilamente de día, con la misma sensación de aventura y peligro que si fuera de noche.

Ultra Isolator 9000: modelo de última generación. Si eres de esos lectores (nos llaman rara avis pero sabemos que no lo somos) que va andando por la calle con la mirada fija en el libro, absorto ignorando lo que pasa a tu alrededor, esta es tu elección. Ultra Isolator 9000 genera un perímetro de dos metros de seguridad que rodea tus pasos, consistente en una barrera invisible de ultrasonidos que aleja a las personas y a los animales (ojo: no ha sido testado con todas las especies ni humanas ni animales), evitando desagradables e inoportunos choques y permitiendo la concentración absoluta en la lectura. Opcionalmente se puede incorporar un sistema de peritaje online de los posibles destrozos ocasionados.

Mono-generador: Pocas cosas hay más desagradables en esta vida, que estar terminando un eBook apasionante y que el eReader se nos quede sin batería. Con el mono-generador, este problema no volverá a producirse. El mono-generador consiste, básicamente, en un mono atado a una bicicleta, que genera energía al pedalear enérgicamente (o no); el generador está conectado al eReader por una serie complejísima de cables (un USB de toda la vida), garantizando que mientras el mono tenga fuerzas, la lectura no se interrumpirá. Se recomienda, para mantener la motivación y la concentración del mono, realizar una lectura en voz alta de ese eBook tan apasionante que se está leyendo.

Asiento portátil para urbanitas que deseen leer cómodamente esperando el autobús, o incluso en plena calle si nos urge saber cómo termina: Escogemos unas cuantas piezas de tela resistente, a ser posible con color y textura variada, las cortamos en trozos de unos 50 x 50 cm. y forramos con ellos tres pedazos de gomaespuma de unos 3 cm. de grosor. Los cosemos unos a otros formando un acordeón con ellos, los plegamos, en uno de los extremos cosemos una cremallera y en las cuatro esquinas del otro perforamos cuatro círculos de unos 5 cm. de fondo. Solo hay que agenciarse otros tantos cilindros de un metal ligero y grosor mediano que guardaremos en una de las fundas. Ya tenemos un asiento vistoso, mullido, transportable y muy práctico; solo tenemos que sacar las patas de su compartimento y encajarlas en sus correspondientes orificios cuando las ganas de leer acucien.

Compartimento elevado y autorregulable, ideal para transportar bibliotecas: Una vez superado el principal escollo, encontrar un camello disponible (tarea que, si rastreamos a conciencia en internet, no tiene que ser muy complicada), convenceremos a su dueño de que se desprenda de él por un precio módico y buscaremos una soga larga y gruesa, preferiblemente en zonas de costa con actividad pesquera abundante. Ponemos al bicho de perfil frente la ventana del segundo piso, apilamos los libros entre sus dos jorobas y, de paso, atamos la cuerda a su cuello, siempre con precaución pues tienen la costumbre de dar bocados a todo lo que tienen cerca. Este artilugio animado puede servir también de medio de transporte; en él guardaremos sus sacos de comida y cuando haga falta acomodaremos allí el asiento que habremos confeccionado según las indicaciones del párrafo anterior.

Peyotescope: ¿Cansado de improvisar cuentos de acampada para dar miedo a los amigos y de que estos te tomen a cachondeo? Peyotescope incorpora un auténtico indio norteamericano que pondrá a tus amigos los pelos de punta. Su calidad holográfica no solamente es de una apariencia real estremecedora: también te permitirá disponer de una siniestra luz cenital muy apropiada. La versión Premium dispone de posibilidad de danza de la lluvia con aparato eléctrico.

Hipster Marker: Sencillo pero ingenioso dispositivo de plástico, fieltro y tinta negra que le permitirá plasmar en sus T-shirts (se recomiendan camisetas de algodón blancas y lisas para una utilización óptima del producto) que demuestren al mundo que usted es un auténtico lector cultureta gafapasta y no un simple consumidor de best-sellers. Propuesta de mensajes: "EL LIBRO ES MEJOR QUE LA PELI"; "DFW RULES"; "PYNCHON NUNCA LO HARÍA". También disponible el modelo EMO MARKER , en color magenta. Mensaje aconsejado: "MURAKAMI NOBEL PRICE 2015". Se recomienda lavar las prendas tratadas con el Hipster Marker en agua fría.

Palo-selfie para libros: Ingenioso gadget que le permitirá mantener su libro a una prudencial y discreta distancia, para seguir leyendo mientras participa en engorrosos actos sociales o en conversaciones poco apetecibles con parientes, compañeros de trabajo, amistades de su pareja... ¡Éxito garantizado! Todo el mundo pensará que está sacandose fotos, acto mucho más aceptado socialmente que la lectura...

ApPoetry: Aplicación disponible para Android y IOS 8. Conecte la aplicación y su smartphone registrará cualquier texto por el que Vd. haya pasado ese día: anuncios, señales de tráfico, rótulos. Incluso conversaciones. La aplicación compondrá, al final del día, una poesía que le permitirá rememorar su jornada, y que Vd. podrá guardar, imprimir o publicar. Opciones asonante, consonante y freestyle. La opción Joan Brossa, incorporando imágenes, solo disponible bajo pago.

Gafas decodificadoras ACME: Permiten leer exactamente el significado real de los textos que las editoriales ponen en las solapas y contraportadas de sus libros. Ejemplos: 
  • "Una obra maestra absoluta, una novela imprescindible" > No está del todo mal, a ver si suena la flauta y cuadramos las cuentas de este trimestre... 
  • "Una interesante propuesta narrativa que hace una arriesgada apuesta por la experimentación literaria" > Uff...vaya toalla...a ver si así pican al menos los gafapastas más culturetas y vubrimos gastos... 
  • "Una historia de amor intemporal, una pasión que desafía los límites y las convenciones sociales" > Aquí hay tomate. Pero del suave, que se trata de que compren los derechos para la película. 
Lleve sus gafas decodificaforas cada vez que vaya a su librería habitual y ahorrará dinero, tiempo y esfuerzo!

miércoles, 22 de abril de 2015

Colaboración: Loops. Una historia de la música electrónica de Javier Blánquez y Omar Morera

Idioma original: español
Año de publicación: 2002
Valoración: Recomendable

La disquisición acerca de si tiene lógica escribir (o leer) libros sobre música es probablemente tan antigua como ésta última. Describir con palabras lo que debe ser escuchado parece desde luego un contrasentido, pero con algo de habilidad y apelando a la memoria musical del lector, el resultado no tiene por qué ser malo. Sobre todo, si de lo que se trata es de describir, como en este caso, un proceso evolutivo, la irrupción de nuevos recursos técnicos y por tanto nuevas formas que se incorporan al mundo de la música digamos popular.

Y esto es lo que propone Loops, uno de los pocos trabajos serios que pueden encontrarse en las librerías (en España, al menos) en torno a fenómenos musicales actuales, alejado de la apología y el producto para fans y coleccionistas. Nos contarán cómo las máquinas han ido penetrando en la historia de la música hasta modelar un concepto propio y diferente de lo hasta entonces conocido.

El libro es en realidad una sucesión de trabajos de autores diferentes en torno a las fases que ha ido atravesando el uso de estos elementos técnicos, y los movimientos que, derivados de ello, han ido dejando su sello y conformando lo que hoy conocemos más o menos como música electrónica.

El repaso resulta verdaderamente exhaustivo, y posiblemente termina pecando por exceso, como atestiguan sus muchas páginas cuajadas de nombres, fechas y títulos. Y quizás es esta la principal pega que podemos encontrarle: a veces da la sensación de que se ha suplido con datos e hiperinformación cierta incapacidad para sintetizar (término que aquí resulta paradójico) y traducir el flujo a conceptos abstractos.

Esta carencia/hipertrofia la advertimos especialmente en la primera mitad del volumen, precisamente cuando más desprevenidos nos encontramos, por lo que es también cuando más nos resentimos del bombardeo de dub, reggae, pioneros, hip hop o ruidismos varios. Cierto que quien esto escribe la gozó rememorando veneradísimos nombres, hoy olvidados, como Throbbing Gristle o Cabaret Voltaire, pero el disfrute subjetivo no debe perjudicar una opinión equilibrada (¿o sí?). Algo más adelante, cuando se coge el hilo del house, parece recuperarse un camino reconocible y coherente.

Por supuesto, tratándose de una obra colectiva, y pese a un loable esfuerzo uniformizador, se detectan altibajos, desde momentos de ritmo excesivamente periodístico hasta muy notables construcciones teóricas, como la de Oriol Rusell o el interesantísimo prólogo que firma el conocido Simon Reynolds. A destacar también los trabajos del propio coordinador de la obra, Javier Blánquez, y de Juan Manuel Freire, y muy atractiva la exploración sobre las tendencias más experimentales, bajo la autoría del responsable del Sonar.

En definitiva, el trabajo, imponente en cuanto a documentación, deja sin embargo sensaciones que se reparten al 50% entre la satisfacción por el enorme caudal informativo recibido, y cierta perplejidad ante una ensalada de datos que los autores no han conseguido estructurar del todo. Mejor quizás como obra de consulta que como lectura continuada. Por lo demás, muy buena presentación, interesante la discografía, y superlativa la bibliografía e índice.

Firmado: Carlos Andia

martes, 21 de abril de 2015

Augusto Assía: Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo

Idioma original: español
Año de publicación: (de su edición conjunta) 2015
Valoración: muy recomendable (que se eleva a imprescindible si uno tiene tendencias anglófilas)

Felipe Fernández Armesto, periodista gallego, adoptó este europeizado y ligeramente aristocrático nombre (Augusto Assía) para envíar sus crónicas desde Londres, entre 1940 y 1945. Había sido expulsado de Alemania y se encontraba fuera de esa lúgubre España de post-guerra donde gobernaba, por la fuerza de las armas, un régimen colaboracionista con los nazis. Una situación incómoda, más cuando, aunque muy atrás en el tiempo, el periodista había mostrado simpatías (desvanecidas) por el comunismo. Los artículos que escribió como único corresponsal en Londres de un medio estatal (el barcelonés La Vanguardia) los seleccionó para componer estos dos libros que la gente de Libros del Asteroide ha unido en una jugosa edición. Expliquemos que el título no puede ser más revelador: pues el punto que separa los dos libros es el cambio de sentido en la evolución del conflicto. Mussolini es destituido y las tornas empiezan a girarse. Así que Londres, que ha recibido como yunque los golpes del Blitz (bombardeo masivo por parte de las fuerzas aéreas del ejército nazi), pasará a ser martillo, y será la RAF la que tome el relevo, con, entre otros, los famosos bombardeos de Dresde o Hamburgo.

Los libros recogen una centena de artículos donde Assía va dando cuenta de la evolución del conflicto, desde un elegante punto de vista y una flemática prosa que hoy vemos como entrañablemente añeja. Ausencia de exabruptos, tonalidad entusiasta pero sobria, casi fría, conforme tanto a la inevitable autocensura como a un hecho tensamente presente en todo el libro. Que es cómo Assía está rendido a los pies de ese pueblo inglés con el que convive, cómo intercala, entre los artículos monopolizados por el acontecer de la guerra, constantes comentarios glosando una y otra vez las virtudes del pueblo inglés.
Me da a mí que, en ese panegírico, Assía estaba empaquetando, con elegancia, sutileza, y un medido sentido de la ironía, una crítica mordaz pero incontestable, contra el franquismo. Porque muy puntillistas debían ser los censores para echar atrás sus textos. Qué podían reprocharle cuando hablaba de una sociedad avanzada, preocupada por los desamparados, monolítica en su oposición a su oscuro antagonista que era el nazismo. Qué podían encontrar los censores de la época tras los coherentes comentarios de Assía. que no iban contra nadie (pues ni siquiera los alemanes se llevan más pullas de las estrictamente necesarias) sino, sobre todo, a favor de los valores en que fundaba sus cimientos la sociedad en que vivía. Hablando de la apariencia de normalidad, del estoicismo con que los habitantes de Londres aguantaban bombardeos, racionamiento, Assía no podía hacer más mella que si hubiera escrito unas cuantas líneas con un acróstico diciendo Franco es un dictador. Para qué: semana tras semana de alabar el sistema parlamentario, la democracia, el poder de los mandatarios locales, el interés por la educación, el sistema público de subsidios, de hallar uno tras otro nuevos motivos para elogiar la sociedad que lo acogía, eran, por comparación, por capilaridad, por psicología inversa, la mejor manera de revelar que eso estaba ausente en la tierra de sus lectores.
No veo a quien no puede gustar esta magnífica colección. Los apasionados por el tema de las grandes conflagraciones encontrarán información desde un punto de vista poco usual. Los amantes de la buena prosa disfrutarán de esa contención. Los acérrimos de lo contemporáneo hallarán suficientes ganchos. Si llega a tus manos, acabará en tu casa, y te hará compañía.

lunes, 20 de abril de 2015

Elmore Leonard: El día de Hitler

Idioma original: inglés
Título original: Up in Honey's Room
Año de publicación: 2007
Traductora: Catalina Martínez Muñoz
Valoración: recomendable


Supongo -y espero- que entre los lectores habituales de este blog no se encuentran seguidores de esa estupefaciente ideología política que es el neo-nazismo; la verdad, me extrañaría que hubiese alguno... Ahora bien, es posible que hoy, 20 de Abril, cumpleaños de su amado Führer, haya quien, googleando "Día de Hitler" haya sido conducido hasta aquí por esos azares de los algoritmos y del código binario... Pues bienvenidos sea, si es así, aunque me temo que este libro, pese a su jacarandosa portada, no sea exactamente lo que ese hipotético internazinauta ande buscando.

Lo que va a encontrar aquí es una novela que le traslade al mes de Abril de 1945, Mientras la II Guerra Mundial se acerca a su fin, una serie de peculiares personajes confluyen en Detroit, la ciudad del motor, llamada entonces "el arsenal de la democracia", por su potente industria volcada en la producción de armamento (incluidas las empresas de un conocido filonazi como era Henry Ford). Allí se juntan una serie de peculiares personajes, vinculados a la red de espionaje alemán, que allí dirige la supuesta condesa ucraniana Vera Mezwa, junto a su ambiguo mayordomo Bo: tipejos como Joe Aubrey, Gran Dragón del Klan de Georgia o Walter Schoen, un carnicero nacido en Alemania, que se parece asombrosamente a Heynrich Himmler, hasta el punto de que cree ser su hermano gemelo...claro que en detroit también está su hermosa y desenvuelta ex-mujer, Honey. Y en ese momento, también un par de soldados alemanes del Afrika Korps, fugados de un campo de prisioneros de Oklahoma... En busca de estos dos es por lo que aparece por la ciudad el marshal Carl Webster, uno de los policías más famosos del país, y cuyas primeras aventuras ya nos contaba Leonard en Un tipo implacable.

Con todos estos personajes y circunstancias -añadamos que el fanático Schoen le quiere hacer a Hitler un regalo de cumpleaños a la altura de su devoción por él-, Leonard va tejiendo una trama que nos conduce hacia el imprevisible desenlace, pero, fiel a su estilo, lo hace sin estridencias, relajadamente, a través de coincidencias, conversaciones jocosamente irónicas; muchas copas y más copas, y momentos de un erotismo refrescante y no menos irónico... Como de costumbre en las novelas de este escritor, los protagonistas son tipos ingeniosos y desenvueltos, que saben tratar a las mujeres, y éstas son inteligentes, atractivas y desinhibidas. Los malos, por lo general estúpidos, aunque nos siempre... Una novela que se va leyendo sin dificultad y con creciente placer, como quien disfruta de un Dry Martini o un Whisky sour junto a una agradable compañía... aunque sin obviar los toques ácidos e incluso amargos que nos sacuden al llegar las escenas de violencia, que aparecen con la inexorable facilidad que las de sexo en la novelas de Leonard y que, quizás por ello, a la postre resultan más efectivas que efectistas.

Así que, por favor, improbable lector nazinauta: en vez de salir esta noche a festejar a tu líder pintando en las paredes 14/88, "cruces chuecas" -que diría Paco Ignacio Taibo II - o injuriar inocentes runas nórdicas, hazme caso y quédate en casa leyendo un libro (siempre que no sea Mein Kampf , claro está), que saldrás ganando... Si es de Elmore Leonard, mejor.



Otros libros de Elmore Leonard reseñados en Un Libro Al Día: Mr. Paradise

domingo, 19 de abril de 2015

Gene Kerrigan: La furia

Idioma original: inglés
Título original: The rage
Año de publicación: 2011
Traducción: Damià Alou
Valoración: muy recomendable

Llamadme superficial, pero os he de decir que me encantan los libros de Sajalín, para empezar, como objetos. Una estética espartana pero terriblemente atractiva. Me gustan mucho. Seré un papanatas, insisto, pero mirad esa imagen de la portada, en sobrio blanco y negro, pero, eh, la moto es moderna, los tipos van con sudaderas. Llevas el libro en la mano, lo abres en el aeropuerto, ese tacto contundente te hace sentir bien, y, mejor todavía, no engaña para nada. Para nada. Estética de marca, dicen los pesados de marketing, tipos enamorados de su oficio de editores, dice este pesado que firma más abajo. Pero claro, toda esta perorata esteticista no se sostendría si al abrir las páginas los textos no fueran lo abrumadores que es, por ejemplo, La furia, novela negrísima escrita por un periodista irlandés y premio no sé qué del año 2012; perdonadme, ahora no estoy para acordarme de nombres de premios, ni falta que hace.
Porque la historia en La furia me distrae, horas después de haber acabado la novela, de estas cosas. Tenemos muchas historias que confluyen, pero digamos que identificamos un protagonista: Vincent Naylor, matón de la peor estopa, tipo de esos a los que es mejor no cruzarse, pendenciero capaz de enzarzarse en una pelea por una mirada, pero que se convierte en una especie de anti-héroe cuando, a consecuencia de uno de esos trabajos en que todo se tuerce, su hermano muere tiroteado por un policía. Cuando llegamos a ese punto, más o menos a mitad de la novela, Kerrigan ha sido capaz de explicarnos con mucha habilidad el escenario de desarrollo de la trama. Una Irlanda rescatada, una Irlanda que se despierta del sueño de ser el país que atraía colosales inversiones por sus ventajas fiscales, y cuyo despertar, claro, es brusco y desagradable. El despertador de la realidad resuena con fragor. Recortes, paro, escándalos relacionados con banqueros y políticos corruptos que van surgiendo uno tras uno. Eh. He dicho Irlanda. También, porque La furia es una novela sobre círculos criminales, antiguos asesinatos no resueltos, cabos sueltos y coincidencias en las que la intuición no deja creer. Periodistas justicieros, policías atrapados entre complicadas balanzas de favores recibidos y pendientes, integrismo católico, novias ocasionales, traiciones y delaciones. Insisto: cómo Kerrigan esparce los detalles de la situación coyuntural es tan sutil como brillante. Porque el lector lo comprende todo. O sea, comprende que muchos de los actores de la trama tienen que reubicarse, tienen que cambiar su actitud ante los cambios del mundo que les rodea. Así que el policía veterano empieza a ver como sus arrebatos de intuición chocan con la limitación de recursos. El periodista ve puertas cerrarse tras la verdad, la monja quiere escapar de un turbio pasado, los propios círculos criminales parece que tienen que volver a sus antiguas pautas. Y la novela se desarrolla, y vemos las calles y los barrios, los bloques de viviendas sin vender, y en esas, la novela traspasa esas barreras de género que a otras las encorsetan, pero que a esta le ajustan como un guante.

sábado, 18 de abril de 2015

Jack London: La peste escarlata

Idioma original: inglés
Título original: The Scarlet Plague
Año de publicación: 1912
Valoración: está bien

A Jack London lo relacionamos casi exclusivamente con sus novelas Colmillo blanco o La llamada de lo salvaje; pero su obra es más amplia y más compleja, y enfoca casi siempre, desde distintas perspectivas, la lucha entre naturaleza y civilización, o entre humanidad y animalidad.

Ese es también el caso de La peste escarlata, uno de los primeros exponentes de un género, el post-apocalíptico, ahora tan de moda. Al comienzo de la novela nos encontramos con un hombre anciano, James Howard Smith, acompañado de varios niños, en un estado primitivo: sucios, mal vestidos, mal alimentados, malolientes. Poco a poco vamos conociendo el contexto: estamos en el año 2073, la humanidad ha sido prácticamente barrida por un virus (la peste escarlata) y el anciano y los niños son representantes de algunas de las pocas "tribus" que habitan una California que ha vuelto a su estado salvaje.

La narración de la catástrofe, de cómo la peste escarlata mató a casi toda la humanidad, se nos narra así como un flashback, como una historia que el anciano cuenta a los niños curiosos, adaptándola al lenguaje de unos niños que nunca han conocido el dinero ni la electricidad ni han tenido ningún tipo de educación. James Smith, profesor de literatura, vio cómo uno a uno prácticamente todos los seres humanos sucumbieron a la fiebre escarlata, y cómo en consecuencia todas las estructuras sociales se tambalean, los conocimientos científicos se pierden y los pocos supervivientes se ven transformados en cazadores-recolectores primitivos.

A Jack London esta historia le sirve para presentar algunos de sus temas recurrentes: la expansión e importancia de la ciencia, la fragilidad de la civilización frente a la fuerza de la naturaleza (representada, por ejemplo, por los viejos raíles invadidos por la maleza por la que discurren los protagonistas al principio del texto) o la determinación genética y social de los seres humanos: es en esto Jack London un escritor naturalista, pero también ciertamente clasista, asociando siempre la brutalidad y la destrucción con las clases bajas, y la creatividad y el refinamiento con las clases superiores.

Vista desde la perspectiva actual, La peste escarlata resulta muy poco original, porque hemos visto ya infinitas variantes de esta idea (por ejemplo, La carretera de Corma McCarthy, que tiene llamativas similitudes con esta de Jack London). Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la idea de la desaparición de toda la humanidad estaba mucho menos transitada a comienzos del siglo XX, por lo que hay que valorar el momento en el que fue escrita. Eso sí, al lector actual esta novelita probablemente le sepa a poco, porque termina precisamente donde otras novelas actuales comienzan: la descripción del mundo post-apocalíptico, que en las novelas y películas actuales ocupa los primeros diez minutos o las primeras veinte páginas, es en este caso el objetivo fundamental del texto.

Por cierto, quien quiera leer el texto en el original en inglés, puede hacerlo gracias al Proyecto Gutenberg.


También de Jack London en UnLibroAlDíaEncender una hoguera

viernes, 17 de abril de 2015

Eduardo Mendoza: El año del diluvio

Idioma original: español
Año de publicación: 1992
Valoración: Se deja leer

A veces descubro un libro entre mis estanterías y no tengo muy claro de dónde ha salido ni cómo ha llegado hasta allí. Eso precisamente es lo que me ha ocurrido con esta novelita de Eduardo Mendoza. Apareció de repente, entre otros libros, con un tono amarillento que insinúa su origen de libro de mercadillo que seguramente, hace tiempo, descansó en otra estantería, de otro lector. En cualquier caso, apareció entre mis libros mientras buscaba lectura para las vacaciones recién acabadas. Y no fue un encuentro desafortunado

Como tampoco parece tan desafortunado el encuentro que narra Eduardo Mendoza, en El año del diluvio, entre sor Consuelo, superiora de las Hermanas de la Caridad a cargo del Hospital de San Ubaldo de Bassora, y Augusto Aixelà, el ricachón dueño de amplias fincas agrícolas y caserones repletos de obras de arte. Un encuentro, en plena posguerra, que marcará la vida de ambos, con mayor o menor fortuna, hasta el punto de que en su lecho de muerte sor Consuelo es incapaz de pensar en otra cosa, entre la culpa y la ilusión juvenil que aún guarda en su corazón.

Mendoza se aleja de la línea humorística de otras de sus novelas, para jugar con una prosa cercana al folletín, en la que no faltan los amores imposibles ni los bandoleros que se echan al monte y son perseguidos por la justicia. La novela se deja leer, entretiene, incluso puede llegar a emocionar, y logra mantener el ritmo de la historia con una voz narrativa que se mezcla constantemente con la de los personajes, quizás lo mejor junto con el misterio seductor que logra crear desde el primer momento. No ofrece mucho más y sobran demasiadas explicaciones finales que rompen, en cierto modo, ese aire seductor que reina en la novela.

En definitiva, un libro entretenido para llevarse de vacaciones, que quizás vuelva a esconderse al fondo de una de mis estanterías para que lo encuentre un nuevo lector dentro de unos años. O no.

Otros libros de Eduardo Mendoza en Un Libro Al DíaLa ciudad de los prodigiosTres vidas de santosEl enredo de la bolsa y la vidaEl misterio de la cripta embrujadaSin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunasUna comedia ligeraLos soldados de Cataluña

jueves, 16 de abril de 2015

Colaboración: contrarreseña de El loro de Flaubert de Julian Barnes


Idioma original: inglés
Título original: Flaubert's parrot
Año de publicación: 1984

Valoración: Muy recomendable
 
El hilo de este texto es una aguja, comienza así: una reseña es, al parecer, un espectáculo. Una masa menor u obrilla en cuyo centro se coloca algún tipo de opinión literaria o combinación de ellas y que comienza con un "vale" entre paréntesis, aunque casi siempre se omita.

(Vale.)

Hace más o menos un año, un dos de abril, al mediodía, mientras los periódicos colombianos enviaban papel a la prensa venezolana, Montuenga (nuestra Montuenga) publicó en ULAD la reseña de un libro legendario: El Loro de Flaubert, de Julian Barnes. La novela le gustó, pero poco. Descubrió que el autor no se sometía a más criterios que los propios y eso pareció desorientarla. El loro de Flaubert resultaba una obra meritoria como experimento en su época, pero quizá fallida en parte, o al menos no tan excelente como proclaman muchas de las críticas. Segundos después, sus seguidores (los de Montuenga) dejamos por unos minutos de respirar. Acto seguido los fans de Julian Barnes lanzaron transparentes indirectas acerca de la existencia de un plan cósmico. Aquella reseña parecía de Montuenga y no lo parecía. Su falta de alegría era alarmante. ¡Rozaba lo triste! No podía ser en sí misma. Pero sí que lo era.

Por eso sus más fervientes seguidores (los de Montuenga) le debemos desde entonces un apéndice, campaña de imagen o contrarreseña. Si Montuenga tiene un día triste y se olvida de insuflar alegría a una reseña, esta se queda a vivir ya para siempre dentro del limbo de las reseñas. No estaría bien. Porque en El loro de Flaubert el autor está en su libro como Dios en su universo, presente en todas partes pero siempre invisible, y porque es la precisión la que hace su fuerza, una precisión intensiva y sonora que es musicalidad verbal, tanto en estilo como en música.

Imagínese el lector la dificultad técnica que supone escribir un cuento en el que un pájaro mal disecado y con un nombre ridículo, termina representando una tercera parte de la Trinidad, y cuya intención no es satírica, sentimental o blasfema       .

Imagínese, pero con alegría. En El loro de Flaubert los críticos quieren matar a los escritores, son negligentes, parciales y prejuiciosos. Tampoco es eso. Alegría. La tristeza es un vicio.

Otros libros de Julian Barnes en ULAD: Aquí

Firmado: Álex Azkona