domingo, 27 de diciembre de 2015

Charles Willeford: Gallo de pelea

Idioma original: inglés
Título original: Cockfighter
Año de publicación: 1972
Traducción: Guido Sender
Valoración: muy recomendable

Gallística, gallero, reñidero, descrestar.
Son algunos de los conceptos con los que el lector de Gallo de pelea habrá de familiarizarse. Porque no es que la novela no lo proclame desde el principio, en su título. Gallo de pelea habla de eso, del detestable espectáculo, tildado de deporte, (...) consistente en entrenar a estos animales y hacer que se peleen entre ellos, armándolos con afilados espolones atados a sus patas. Peleas a muerte, ilegales en la mayoría de los países, peleas en las que se cruzan apuestas. 
A eso se dedica Frank Mansfield, narrador y protagonista de esta novela. Un curioso tipo que, a raíz de la pérdida de un combate (impactante primer capítulo) hace un voto de silencio. Decide no hablar hasta que consiga ser nombrado el mejor gallero por una especie de oscura pero rígida asociación del sector.
Será un mérito de la literatura el lograr que mundos tan ajenos como el de Gallo de pelea tengan interés. Pero lo que hay debajo, la carcasa desnuda de la historia, no es más que otro reto de superación, una especie de enfrentamiento de la persona sola ante un mundo que a veces  es muy hostil. La de Mansfield es una historia extraña, sórdida, para nada modélica pues se nos muestran muchos vicios y virtudes extrapolables al comportamiento individual: tesón y constancia, aunque sea a costa de los espeluznantes requisitos  propios de la profesión; sentido de la ética profesional, acatamiento de los códigos sociales propios del entorno corporativo; pero también escasa catadura moral en lo concerniente a la vida personal. Frank, 32 años, perpetuamente sin un centavo, siempre pendiente de a quién convence para que le acompañe o secunde en su plan maestro, sea una viuda de vida algo disoluta, sea un compadre del gremio dispuesto a un intercambio de favores, a un quid pro quo donde el prestigio de Mansfield y su experiencia van procurándole un apaño siempre temporal en su tortuoso discurrir vital.
Uno podría enzarzarse en peligrosas discusiones sobre lo despreciable que es el modus vivendi de Frank Mansfield. Seguro que los símiles no tardan en caer. Vivir a costa de la explotación y el sufrimiento de una especie animal. Willeford, que debía conocer en profundidad el mundo que describe en esta novela, escribe sin entrar en nada que pueda atisbarse como un juicio de valor. Obviamente no se nos pueden pasar por alto ciertos detalles sobre Frank. "Cede" a Dody, adolescente con la que se encama, a otro gallero, cuando pierde una apuesta que le obliga a renunciar al remolque que es su precario hogar. Engaña a Mary Elizabeth, prometida. Pone en la calle a su hermano cuando consigue que un juez decrete la impugnación de su herencia. Frank no parece tener muchos escrúpulos en lo personal, por lo que no vamos a exigírselos en el desempeño de su profesión. Aquí podríamos establecer analogías con la vida real. Se cumplen los acuerdos a los altos niveles, pero conforme bajamos, todo es sacrificable y todo es desechable, y desde luego los gallos de las diversas razas y procedencias no se libran de ese execrable proceder. En esos párrafos, la descripción de las peleas, el proceso de entrenamiento y hábitos que acaban generando un gallo apto para batirse en duelo, están los momentos difíciles de digerir para estómagos delicados. Aquí podemos evocar pasajes crudos de McCarthy o Kenneth Cook, incluso hallar posibles influencias posteriores hacia cierta narrativa fronteriza o hasta lisérgica. Precio que igual el lector escrupuloso no quiera pagar, pero que está largamente justificado. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Porque ser juez de los demàs cuando ebemos ocuparnos de nuestros problemas " Deja que cada ser umano encuentre el camino de su vida"

Luis G dijo...

Lo he tenido en las manos muchas veces pero nunca me decidí. La reseña de Francesc,que no entiendo como no había leído hasta ahora, va a hacer inevitable que se incluya este año en la carta a Gaspar, mi Rey Mago favorito ( con permiso del Emérito...). Gracias, Francesc