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viernes, 18 de agosto de 2017

Helen Oyeyemi: Boy, Snow, Bird. Fábula de tres mujeres

Idioma original: inglés
Resultado de imagen de boy snow bird amazonTítulo original: Boy, Snow, Bird
Año de publicación: 2014
Valoración: Recomendable




En esta Fábula de tres mujeres el punto fuerte son los personajes femeninos y el más débil la fábula. La onomástica es clave: quién llamó así a Boy habría deseado que fuese un chico, Bird debía ser libre como un pájaro, Snow necesitaba un sortilegio para parecer blanca a toda costa, en su familia ya había una Clara pues la genética por sí sola no siempre hace milagros.
El relato está a cargo de Boy y Bird. La primera se encarga de introducir y rematar los hechos en un primer bloque narrativo que la presenta recién iniciada la veintena y en un tercero, el más sólido de todos, que tiene lugar unos quince años más tarde. Entre medias, Bird expone su (algo endeble) punto de vista desde una adolescencia incipiente. Pero en obras de ficción es arriesgado dar la palabra a quien no tiene todos los datos ni madurez suficiente para interpretar lo que tiene delante. No falla lo que cuenta sino la forma de contarlo, en este caso, cuánto más adulta es la narradora más verosímil resulta su discurso. Ni siquiera un argumento tan magnífico y tan magistralmente desarrollado impide que el conjunto se tambalee a veces. A quien detecte algo así le recomendaría que tuviese paciencia. Las riendas están bien sujetas, Oyeyemi sabe perfectamente adónde se dirige, lo que falla es el tono.
Claro que no es poca cosa. Hablamos de una historia realmente dura desde muchos puntos de vista, con alguna escena sobrecogedora de esas que se graban para siempre, que plantea asuntos tan candentes y sensibles como el maltrato infantil, el racismo –en particular el de los que no asumen su etnia–, el papel de los progenitores (biológicos o no), el rencor, la amistad, el amor que perdura y el que se evapora, la ambivalencia de los roles de género etc. Cuestiones tan crudas y despiadadas o tan encantadoras y tiernas como la vida misma, que al transmitirse por medio de voces más o menos infantiles, con un tono que oscila entre la fábula con toques mágicos que no llegan a concretarse del todo y la objetividad más absoluta, no siempre resultan creíbles. Que la autora se haya inspirado en el cuento de Blanca Nieves (pero solo se menciona a Cenicienta) constituye un lastre que solo se supera en el último tercio.
Pero la cuestión va más allá. ¿Cómo conseguir que una vocecita infantil y llena de fantasía perfile unos personajes tan torturados y poliédricos como los que aparecen aquí sin caer en contradicciones? De ninguna manera. Oyeyemi ha logrado un elenco magnífico, del que atisbamos rasgos destacables, que no llega a definir por completo debido, una vez más, a ese tono dichoso a medio camino entre la novela y la fábula. Recordemos que esta forma de narrar se ha utilizado a menudo para dar voz a personajes que se mueven en la periferia social (ej: Tigre blanco) o a los que se restringe la libertad de alguna forma (Doña Oráculo). A veces los retratados no son simples individuos sino etnias o estirpes enteras y entonces la fantasía debe elevar aún más el vuelo tomando la forma de realismo mágico (Cien años de soledad, Beloved). Es la manera de decirlo todo y no decir nada a la vez, de sugerir en lugar de denunciar, de sincerarse sin alimentar represalias. Aunque no siempre ocurre así, pienso en Los versos satánicos, cuya naturaleza críptica e imaginación desbordante no sirvieron de gran cosa a su autor. 
Fabular implica una renuncia a los esquemas realistas sustituyéndolos por símbolos, alusiones y metáforas, algo que Oyeyemi no ha hecho, recurriendo a una hibridación que no funciona, ya que utiliza una fórmula demasiado simple para mostrar una realidad compleja y muy bien delimitada. Una realidad que considero un filón en potencia al que haría falta la mano firme de un Conrad o un Faulkner para ser explotada a fondo. El hecho es que faltan modelos en este terreno –por ahora– y que, tanto ella como otras escritoras, parecen estar dispuestas a crearlos. Cuando esto se lleve a término, los problemas específicos de la mitad del género humano adquirirán la categoría de universales.
Finalmente, nos queda una sensación de optimismo con el que no sé si estoy de acuerdo. La esperanza siempre es agradable, pero me pregunto si el horizonte que se vislumbra resulta del todo creíble.  

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